miércoles, 11 de octubre de 2017

El castillo de los pasillos interminables. Una aventura más épica de lo que parece.





Mi caballo se detiene ante las puertas del castillo y antes de poner los pies en el suelo, me paro a observarlo. Es un edificio antiguo de altos muros y aspecto terrible. No cabe duda de que su interior alberga grandes peligros y misterios, pero puede que también tesoros ocultos.
Camino hasta la entrada y veo un desvencijado cartel que reza “Grandes recompensas aguardan a aquél que logre salir con vida del castillo de los pasillos interminables”. El mensaje es claro: La vida de quien penetre en estos muros peligra. Pero eso no logra intimidar a aquellos que como yo, no tienen nada que perder.

La enorme puerta de entrada se abre sola al acercarme, como si hubiera alguna fuerza desconocida que esperara de antemano mi visita. Asciendo las escaleras, preparo mis armas y comienzo un camino que pondrá a prueba mi tesón y mi cordura. Los primeros metros son una pequeña muestra de lo que me esperará en el trayecto: Salas angostas, pasillos interminables, recovecos que terminan en túneles sin salida o aún peor, que me trasladan a zonas ya exploradas. Figuras fantasmales, cuerpos tambaleantes y gemidos de angustia aparecen a cada giro, pero lo peor es la sensación de estar pasando todo el tiempo por el mismo lugar y la creciente certeza de que salir de allí va a ser más difícil de lo que esperaba.

En una de las salas hallo un estante con libros, todos ellos con títulos escritos en idiomas ininteligibles. Cojo uno de ellos, me siento en un escritorio y lo abro. Descubro que mi mente no estaba preparada para tanto horror. A pesar de no entender ese lenguaje, los símbolos arcanos y las figuras que forma la terrible escritura me azotan la mente como un látigo, obligándome a cerrarlo y seguir mi camino lleno de desconcierto y desazón.

Finalmente hallo las escaleras de descenso pero éstas conducen a las catacumbas, que no son más que una versión oscura y húmeda de lo visto en el piso superior. Tapices y alfombras, lámparas y antorchas, mesas y sillas… Todo parece estar distribuido de una forma enfermiza, como si fuese obra de un loco. Y si no encuentro pronto la salida, yo también perderé la cordura.

Sigo avanzando, hago un parón para comer algo y reponer fuerzas, pero incluso la comida aquí tiene un sabor inidentificable, como si estuviese mancillada por el mal que impregna el lugar. Las últimas horas son decisivas. El avance es cada vez más lento y no veo la luz al final del túnel. El suelo está salpicado de huesos humanos, los de los héroes que llegaron hasta aquí y no pudieron continuar. Hay estantes que llegan hasta más arriba de donde la vista alcanza y los pasadizos se multiplican sin orden aparente. La cabeza me da vueltas y las piernas comienzan a fallarme. Caigo de rodillas y me encuentro con la mirada vacía de uno de esos que en su día fracasaron. No puedo caer aquí. No voy a engrosar la lista de los que no volvieron a ver la luz del sol.

Me levanto de nuevo con un último esfuerzo y como si ese gesto hubiese tenido algún significado más allá de la pura superación personal, veo a lo lejos la salida. Avanzo con fuerzas renovadas pero al llegar hasta ella encuentro el paso bloqueado. “Si la salida quieres alcanzar, de todo tu oro te debes desprender” reza la inscripción. Vacío mis bolsillos y la puerta se abre, por fin.
Una vez en el exterior, respiro el aire fresco como si se tratara de mi primer aliento y recibo la luz del sol del atardecer como una bendición. Entonces descubro el significado de esta aventura. La recompensa a este viaje era el comprender el verdadero valor de la vida, no el obtener riquezas ni gloria. El tesoro a obtener era el seguir adelante con la consciencia de que cualquier reto, por duro que sea, puede ser superado.

Antes de alejarme del lugar miro atrás, al terrible laberinto que acabo de superar y pienso que nunca jamás volveré al Ikea.

3 comentarios:

  1. Me ha gustado el relato. Tal vez porque también he vivido en mis carnes esa ordalía. :-)

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  2. IKEA, siempre IKEA. Me libré esta semana de ir con una escusa que si alguien la quiere conocer... tiene que darme todo su oro, así puedo comprar esa estantería Billy que me falta para rellenar la única porción de pared que se ve en mi casa.

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