lunes, 22 de mayo de 2017

Los santos fojones (el esperado final)

La harley negra como la noche del Motorista Ninja aterrizó suavemente sobre el ombligo de uno de los monjes malvados, el cual se sintió repentinamente incómodo y dejó escapar un quejido de indignación. La Madre miró al recién llegado con sorpresa y se sorprendió aún más al comprobar que el individuo, además de ser capaz de conducir su moto con la mente para así poder esgrimir un arma en cada mano, esgrimía un arma en cada mano. En la derecha llevaba el ninja-to, una espada similar a una katana pero mas corta y de filo recto; en la izquierda manejaba con destreza una kusarigama, que vendría a ser como una pequeña hacha unida a una cadena con un contrapeso en el otro extremo. Con un derrapaje se situó junto a ella y le dijo algo así como “¿Tienes problemas, muñeca?” frase que a pesar de lo cutre, causó un efecto desbraguerizador en La Madre, la cual, por supuesto, no sabía que debajo de la máscara de ese motorista misterioso se escondía su marido, y compartía tal ignorancia con él, el cual pensaba que su mujer estaba de viaje de negocios y por ello había aprovechado para dejar a su hijo solo en casa y salir a patrullar la ciudad para acabar con el mal*. Pero los monjes no estaban dispuestos a dejar que esos dos fantoches les arruinaran el negocio y, gritando al unísono, se lanzaron al ataque.
Tres monjes emplearon el ataque aéreo, enganchando sus bufandas en numerosos apéndices de estatuas que adornaban el lugar, mientras que tres más atacaron desde el suelo, lo que viene siendo normal. Los tres restantes optaron por una táctica de desaparición para posterior ataque por sorpresa por la espalda, cosa harto habitual en este tipo de contiendas.
La Madre aprovechó el balanceo del primer monje para esquivarlo con un salto y aferrarse a su bufanda, posición clave para patearle la cabeza antes de soltarse y evitar el ataque de los otros dos. El Motorista Ninja, también conocido como El Padre, optó por la escasamente sutil técnica de enganchar a un monje por el cuello con su arma de cadena y estrellarlo contra otro mientras despachaba al tercero con la espada. Los tres monjes que se mantenían ocultos saltaron sobre él propinándole toda clase de golpes y otros gestos de enemistad mientras la madre pelaba en ligera desventaja contra sus otros dos rivales en los aires, en lo que parecía una actuación del Circo del Sol.
Viéndose superado, El Padre utilizó sus poderes ninja para dirigir su moto hacia la mesa donde estaban tejiendo los monjes antes del ataque, haciéndola volcar y desparramando el aceite de los candiles por las telas todavía sin hilar. En cuestión de segundos, un terrible incendio comenzó a devorar el lugar, lo cual hizo que los monjes dejaran a sus enemigos para correr a sofocar las llamas.
-Ésta es nuestra oportunidad de escapar -dijo el Motorista a la Madre.
-No puedo irme de aquí sin los cuadros -respondió ella.
-Olvidate de esos cuadros. ¿Qué cuadros?
-He venido aquí buscando unos cuadros que…
Pero la frase quedó interrumpida cuando el techo de la catedral se hundió repentinamente debido a que toda la estructura era de madera y toda la iluminación a base de aceite y además todo estaba lleno de bufandas colgadas por todos los sitios y no había un miserable extintor que pudiera evitar que aquello se convirtiera en un polvorín. Y así, en cuestión de segundos todos e vino abajo y se hizo el silencio.
Silencio que fue roto por el rugido característico del motor de una harley abriéndose paso con un ninja sobre ella el cual llevaba en brazos a una dama semiinconsciente. ¿Más épico? Pues también volaban palomas y la nube de humo formaba el símbolo de la hoz y el martillo y… y ya está bien de epicidad.
Los dos héroes, únicos supervivientes de la catástrofe se miraron a los ojos y sin decirse nada se besaron apasionadamente, sin saber que en realidad estaban besando a su respectiva pareja de veinte años de matrimonio. Porque ya se sabe que no hay nada como una misión suicida con final apoteósico para reavivar la llama de la pasión. Y así se despidieron, sin un adiós ni un hasta luego, pues ambos sabían que ese momento iba a durar para siempre.
Epílogo:
El niño volvió a casa después de unos días raros y se encontró a sus padres tirados en el sofá llenos de moratones y quemaduras. Por supuesto ambos intentaban disimular ya que no querían que el otro les hiciera preguntas incómodas y cada vez que algo les dolía fingían cantar o llamar a gritos al perro, que por cierto, no tenían.
-Hola papá, hola mamá, me voy a mi cuarto -fue todo lo que les dijo.
-Luego te llamo para la cena -dijo su madre-. Te he traído un regalito.
El niño suspiró y subió arrastrando los pies.

* si

5 comentarios:

  1. Madre mía...
    Me quedo con el adjetivo "desbraguizador". Qué bonita palabra.

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  2. ¿Otro regalo? ¡Bien, sigue la saga de los regalos!

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  3. que giro... ¿pero no se han dado ni el teléfono y el correo?
    El hijo ¿hace artes marciales?

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  4. Yo me quedo con la madre que pelaba en desventaja y me voy a practicar eso de desbraguetizar, aunque como no soy un ninja que conduce con la mente no creo q me salga tan bien.

    Super epico todo y a la espera de la historia del padre y sobretodo de mas regalos de mierda!!!

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