martes, 20 de septiembre de 2016

Regalos de mierda (15 de 284)



La madre y el padre están comiendo pipas tranquilamente cuando la puerta de la calle se abre de golpe y una ráfaga de aire hace volar las cáscaras en todas direcciones, convirtiendo el salón en un escenario chernobilesco (toma palabro nuevo, jódete Perez Reverte, que ahora yo también soy escritor) y forzando a ambos progenitores a mirar sorprendidos hacia el origen de tal devastación. Y allí, bajo el dintel de la puerta, la figura recortada contra la luz del mediodía de su hijo; solo sus ojos son visibles ya que brillan como ascuas calentadas en el fuego puro del odio y el rencor.

-¿Ya estás aquí, hijo? –dice la madre con tranquilidad. –Ven a comerte unas pipas.

El hijo avanza hacia ella y cada paso resuena como una sentencia de muerte, pero a ella parece no importarle nada de lo que suceda bajo la cúpula celestial. Seguramente lo que haya sobre ella tampoco.

-Mamá. –comienza a decir el niño con una voz áspera. –He suspendido el trabajo sobre la materia oscura y ahora mi futuro académico pende de un hilo.

-Tienes que estudiar más. –respondió ella.

-No es eso, mamá. Es que es muy difícil calcular los vectores de curvatura espaciotemporal con un juego de agua*. Y ahora si no apruebo el siguiente trabajo estoy condenado. ¡Condenado a un FP!

-Pues el FP está muy bien. El otro día vino el fontanero y nos cobró casi ocho mil euros por cambiar un grifo. Deberías planteártelo.

-¡No quiero ser fontanero! ¡La época dorada de los fontaneros ya pasó!**

-No pasa nada hijo mio. Dime sobre qué es tu futuro trabajo y yo te ayudaré a…

-¡Jamás! –el dedo índice de la mano derecha, iluminado como si fuera a lanzar un kikoha*** apuntaba directo a la cara de su madre. –Esta vez lo haré solo. Subiré a mi cuarto y diseñaré el mejor sistema solar que jamás se haya visto. Y tú no me ayudarás.

Y dicho esto el niño sube las escaleras pertrechado con un montón de esferas, látex, alambres y bombillas, con la idea de recrear un sistema solar en tres dimensiones con luz y movimiento. Si conseguía su propósito, le supondría la nota máxima y ello le catapultaría a cualquier lugar lejos de su madre. Y de hecho lo habría conseguido, pero su tenacidad se vio interrumpida por un potente somnífero que su madre le puso en el vaso de leche que le subió a su cuarto y ya con el crio dormido, ella tuvo carta libre para terminar el proyecto por él y así redimirse de todos sus errores. Y es que a veces el amor de un hijo hay que ganárselo.

A la mañana siguiente el niño despierta sobresaltado. Mira el reloj y se sobresalta aún más. Y cuando ve que el montón de trastos destinados a ser su megatrabajo siguen amontonados en el suelo igual que el los dejó antes de tomarse la leche, el sobresalto ya es épico. Corre como un hámster en una rueda por su cuarto sin entender nada hasta que la puerta se abre y entra su madre con otro vaso de leche, esta vez sin envenenar y una amplia sonrisa. Antes de que el niño pueda articular una palabra, la madre habla.

-No te preocupes por el trabajo. Yo lo he hecho por ti.

El niño palidece hasta alcanzar un tono transparente.

-Y… ¿Dónde está?

La madre señala una hoja de papel bien doblada encima de la mesita.

El terror se apodera del niño.


*Ver capítulo anterior
**En clara alusión al porno ochentero
***Un kikoha es el podercillo que lanza Freezer por los dedos, leñe, que todo hay que explicaroslo.



4 comentarios:

  1. Pobre niño... cada capítulo me da más pena...cuanto van a tardar sus traumas a trasformarle en un psicopata ambulante... su futuro pasa por conseguir una furgo de los helados de esas que dan vueltas por la noche buscando niños con caries...

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  2. Esta vez hasta le envenenan. Pobre chaval. A ver si el padre ninja-motorista toma cartas en el asunto y le rescata, al menos que le enseñe dar leches, para que ganarse la vida
    Madre mía, pobre criatura.

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  3. Me ha encantado, no sé si el estar hasta arriba de trabajo y parar dos minutos a reírme a tenido algo que ver, pero me ha molado mucho.

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