viernes, 22 de julio de 2016

La saga de El Padre (Parte 2 y epílogo)





El Motorista Ninja, más conocido por su identidad secreta como El Padre, entró en el edificio de los Taxistas Malvados sobre su Harley, lanzando shurikens a diestro y siniestro (eso es con ambas manos), ya que conocía la técnica ninja para controlar su moto con la mente. Y ahora, antes de que tanta información os desmoralice y os lleve a leer otros blogs mejores, que los hay , vaya si los hay, voy a hacer un pequeño resumen del cómo empezó todo esto.

Hace muchos, muchos años, cuando El Padre todavía era El Soltero Sin Hijos, viajó con un amigo suyo a Japón; pues en aquella época estaban muy de moda los destinos exóticos. Y allí, en un viaje guiado al monte Fuji, se separaron del grupo persiguiendo una mariposa y acabaron en una pequeña aldea oculta que resultó ser la última aldea ninja que quedaba en Japón. Por la proeza de haberla encontrado, el líder del pueblo se ofreció a entrenarlos, y allí permanecieron durante años, hasta que decidieron regresar. Pero cuando volvieron a su país descubrieron que la excursión del monte Fuji había desaparecido sepultada por un alud, y ellos habían sido dados por muertos. Y así, aprovechando tales circunstancias, decidieron adoptar nuevas identidades para poder utilizar sus habilidades ninja en su beneficio. El Soltero Sin Hijos se hizo motorista, mientras que su amigo se metió a taxista. Y ahí empezaron los problemas gordos.

Mientras que Soltero Sin Hijos formó una familia y solo utilizó sus habilidades para hacer el bien, el taxista se dejó seducir por el lado oscuro del taxismo, convirtiéndose en el líder indiscutible del gremio de Taxistas Malvados de la ciudad. Desde entonces, desde su edificio del mal, se dedica a entrenar a sus discípulos taxistas en el arte de poner mala cara a los clientes, devolverles mal el cambio y buscar siempre la ruta más larga a cualquier lugar; todo ello mientras luchaba incansablemente contra su ahora archienemigo Motorista Ninja.

¿Y qué pasó? Pues que cuando El Padre (alias Motorista Ninja) descubrió que el que hasta ahora creía que era su hijo, era en realidad hijo de un taxista… le dio mala espina y se fue en busca de respuestas… y venganza.

Y es por ello que ahora subía las escaleras del edificio de pie sobre la moto y rebanando taxistas malvados con una espada en una mano y lanzando estrellas envenenadas de cuatro en cuatro con la otra. Hablar de sangría, matanza, carnicería o, como les gusta en estados unidos “carnaval de la carne” sería quedarse corto, pero dar detalles podría resultar desagradable, así que concluyamos en que finalmente el Motorista Ninja llegó al último piso y derribó la doble puerta de teca (la reina de las maderas, dicen) y se plantó frente a una mesa larga con un sillón de esos grandes cuyo ocupante observaba la ciudad a través de una enorme cristalera, dando la espalda a nuestro héroe.
-Así que… Finalmente te has decidido a venir a por mí. –dijo tranquilamente la voz grave del Taxista Malvado.
-Así es. Es hora de acabar con esto. –contestó el Motorista Ninja quitándose la capucha que le cubría el rostro.
-Has descubierto lo de… Tu mujer. ¿No es así?
Y entonces el Taxista se giró y miró a los ojos al Motorista. Sus ojos eran fríos y había una mueca burlona en sus labios. Se levantó y se desabrochó la camisa. Era grande y fuerte, más que el Motorista, aunque ya se sabe que luego estas cosas engañan.
-Te tiraste a mi mujer y me encasquetaste al crio… -comenzó a decir el motorista mientras sus músculos se tensaban con la furia y algunos objetos pequeños a su alrededor comenzaban a levitar con la energía desatada. -…llevo media vida aguantando las histerias de esa loca y las tonterías del crio… -la sala comenzó a vibrar y los cristales a resquebrajarse. -¡No sabes las cosas que podría haber hecho! ¡Todas esas pelis de dibujos que me he tragado! ¡Los viajes al Ikea! ¡Las mudanzas y las barbacoas y las ferias y todas esas mierdas de estar casado y con hijos! Ha llegado tu hora, bastardo.

Y la energía contenida por el Motorista estalló, sumiendo en el caos toda la habitación, pero el Taxista estaba listo y contraatacó. Comenzó un combate épico con muchas volteretas, puños atravesando muebles (de teca) y paredes (también de teca, allí todo era de teca), armas entrechocando con destellos de chispas y otras muestras de poder sobrenatural muy pirotécnicas y difíciles siquiera de imaginar por nosotros, humanos mundanos. Pero cómo no, al final el bien siempre vence, y el Malvado taxista dio con sus huesos en el duro suelo (de teca), o lo que quedaba de él, ya que medio edificio había quedado destruido.
-Ha llegado tu final. –le dijo el motorista acercándose a él, lentamente.
-Eres un idiota. –le respondió el derrotado. –Has estado equivocado todo este tiempo.
-¿Equivocado? Habla o sentirás toda mi furia.
-Ese niño sí es tuyo. –comenzó a explicarle el taxista. –Estaba buscando una forma de joderte la vida y decidí que lo mejor era que fueses padre. Porque tú no querías… ¿Cierto?
-Veo que tienes ojos y oídos en todas partes. Sigue.
-Envié a un agente especial a tu casa una noche. Te hizo una punción escrotal y te extrajo esperma. Después lo congelamos y esperamos al día en que tu mujer cogiera uno de nuestros taxis malvados. La narcotizamos y procedimos a inseminarla con tu propio esperma. Todo habría salido bien de no ser porque despertó antes de tiempo y al ver al taxista ahí metido, pensó que se había dejado seducir por él.
El Motorista Ninja escuchaba perplejo la explicación de su rival.
-Si amigo. Tu mujer es muy rara. –Le dijo el Taxista al ver su cara. –La cuestión es que el plan había salido aún mejor de lo esperado. No solo ibas a ser padre sin quererlo, sino que tu mujer estaba convencida de que el niño era de otro. Era cuestión de tiempo que la falsa verdad saliera a la luz y desencadenara nuestro combate final.
-O sea que… -comenzó a decir el Motorista. -…mi hijo es mío y mi mujer no me ha sido infiel.
-Bueno. Yo no estaría tan seguro de lo segundo. Dicen por ahí que es bastante pu…
-Mi hijo es mío y mi mujer no me ha sido infiel. –volvió a repetir el Motorista sin escuchar a su derrotado rival y subiéndose de nuevo en su moto. –Pero una última cosa. Dime… ¿Realmente ha merecido la pena urdir un plan tan absurdo solo porque pensabas que tener un hijo empeoraría mi vida?
-Pensé que te quitaría tiempo de entrenar y te volverías fofo y apático.
-Pues no ha sido así. Y quiero que sepas… Que tener hijos es una experiencia vital que bla bla bla, realización personal bla bla, y hasta que no eres padre no sabes bla bla…
Y una vez terminado su discurso de tópicos, dio gas a fondo y saltó por la ventana de teca en una caída libre de quince pisos hasta la calle, rebotó en el toldo de un vendedor de fruta y cogió la avenida en dirección a casa. La noche estaba terminando, pero sus aventuras no habían hecho más que empezar.
Fundido en negro y vamos al epílogo.

Epílogo:
El Padre y su hijo estaban sentados en la terraza, con los pies colgando en el inmenso vacío de la calle. El niño estaba un poco asustado porque no sabía a qué se debía esa inesperada e inusual cita con su padre.
-Mira hijo mío; sé que nunca hemos hablado así, de hombre a hombre, pero hay una cosa que quiero decirte.
-Claro papá.
-Yo nunca te lo he dicho, pero quiero que sepas que te qui…
Pero en ese momento apareció la madre con su habitual cara de felicidad y un paquetito envuelto con un lacito entre las manos. “Te he traído un regalo, hijo mío.” Y le dio la caja al niño. Cuando se hubo marchado, el niño la tiró al vacío sin haberla abierto.
-Quizás no estaba tan mal. Igual esta vez había acertado. –le dijo el padre.
El niño le miró muy serio y se encogió de hombros. Ambos rieron hasta que salió el sol. Porque era de noche. Todo el rato ha sido de noche en este relato. Debería haberlo dicho al principio.

2 comentarios:

  1. Parece el final de dos historias, de regalos de mierda y del padre... pero yo le veo futuro a los padres, como pareja de vengadores, o algo así. Me ha gustado.

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    1. Gracias por tu fidelidad y positivismo. Esto ha sido una idea tonta que se me ha ido de las manos, aunque no prometo que no vuelva a repetirse, sea con el padre, la madre o un hermano secreto del niño que huyó cuando vió el percal familiar.

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