viernes, 20 de mayo de 2016

Regalos de mierda (13 de 284)



El niño miraba por la ventana con los ojos fijos en algún lugar del infinito que nadie más podía ver. Imaginaba otras tierras, mundos y universos, lejos de sus preocupaciones y problemas. Lejos de su madre. Hasta que la voz familiar de su progenitora le llamó desde las escaleras y le arrancó de sus ensoñaciones.

-Hijo, te he comprado algo que te va a encantar. –Le dijo mientras subía escalones atropelladamente.
-Seguro que sí, mamá. –Respondió él sin emoción alguna, con la vista fija en la ventana.
-Vengo del mercadillo ese que montan los viernes…
-¿El que solo venden basura? –Interrumpió él con el mismo tono.
-Sí. Ese. ¿Y sabes que he encontrado?
-No. Sorpréndeme.
-¡Una figurita de esas de estaruars que tanto te gustan! –Dijo mientras se rebuscaba en el bolso. -¡Y todavía dentro de su precinto original!
Y de pronto el niño volvió a su ser, casi sintió emoción y se giró a ver qué le había traído su amada madre.

Volvió a girarse hacia la ventana y suspiró. El universo era demasiado pequeño para él.


sábado, 14 de mayo de 2016

De viejas y carritos de la compra (una fábula de gente mayor y justicia callejera)





Me crié en un barrio de esos medio antiguos pero que todavía no se caen en pedazos, en el centro de un pueblo mediano de cuyo nombre ahora mismo no me viene bien acordarme. Era una zona tranquila que se caracterizaba por la abundancia las señoras mayores. Los niños podíamos contarnos con los dedos de una mano, pero las viejecitas estaban por todas partes y a todas horas. Y es ahora cuando invoco el saber de los más vetustos de mis lectores para recordar los carritos de la compra de tres ruedas. Supongo que encontraré alguna foto, pero por si acaso, os lo explico.

Los carritos de la compra de toda la vida consistían en una cesta larga montada sobre un armazón metálico con un asa a un lado y dos ruedecitas al otro. Diseño sencillo y funcional. Pero hubo un momento en la historia en el que a alguien se le ocurrió colocarles tres ruedas en cada lado que además de girar sobre si mismas lo hacían sobre un eje, de modo que, supuestamente, facilitaban el subir escaleras. Recordemos que en esos tiempos (finales de los locos ochenta), todo eso de la movilidad y la accesibilidad no existía, y las rampas en aceras y comercios eran cosa de fantasía. 
Al final sí he encontrado una foto. No hace falta que leáis el párrafo anterior.

Como decía, aparecieron los primeros carritos subidores de escaleras y las viejas del barrio comenzaron a comprarlos, aparcando sus viejos carros para disfrutar de las ventajas de estos nuevos prodigios de la ingeniería. Pero lo que las pobres señoras no sabían era que la fuerza necesaria para subir un escalón con uno de esos carros era prácticamente la misma que con uno normal, solo que cada vez lo hacía con una rueda distinta. Y sumidas en ese estasis de novedad e ignorancia, se podían ver a las pobres abuelas subiendo a terceros pisos carritos cargados hasta arriba de verduras y carnes de toda índole. Cientos y cientos de quilos de comida y otras cosas eran movidos a diario por unas señoras que hasta hace poco solo sabían reunirse para quejarse de lo mucho que les dolía todo y de lo mal que estaba subiendo la juventud. Y así pasaron unas semanas, o meses, en los cuales las ancianas se vieron sometidas, de forma totalmente inconsciente, a un esfuerzo hercúleo a diario.

La primera vez que noté que algo raro pasaba fue cuando me asomé a la cocina a ver qué preparaba mi abuela de postre. Cuando vi su brazo manejando la batidora me recordó a la escena en la que Suarseneger y el negro echan un pulso en Depredador; su tríceps estaba tenso como un cable de acero y su antebrazo era tan ancho como un jamón. Eso no era normal, por lo que comencé a observar a las otras vecinas, las cuales mostraban cambios físicos similares. Recuerdo a Otilia una tarde de domingo en la que un vulgar ratero le dio un tirón en el bolso y ésta, al intentar evitarlo, le dislocó en hombro y de un puntapié lo dejó colgado en lo alto de una morera. Dolores, que lo vio todo desde su portal, salió en ayuda de Otilia y arrancó de cuajo el árbol con sus poderosos brazos para dar con el sorprendido ladronzuelo en el suelo. Y a partir de ahí, y de forma inconsciente, las viejas comenzaron a impartir justicia convertidas en una mezcla perfecta de Charles Bronson y Hulk Hogan. 
Mi abuela era el negro.

Dejaron las reuniones de chismorreos para convertirse en una especie de banda de asalto troll, azote de delincuentes y personas poco educadas en general. Recuerdo cuando Asunción volcó una furgoneta que estaba aparcada delante de su casa porque según ella le quitaba luz; cuando Desideria hizo estallar la rueda trasera de un camión de un mordisco; cuando doña Dolores salió en persecución de unos jóvenes que llevaban camisetas de monstruos y ya jamás se les volvió a ver (a los jóvenes, claro, ella volvió como si nada). Mi barrio en pocas semanas se vio desprovisto de tráfico o visitas. Yo lo contemplaba todo desde mi ventana algo asustado porque aunque  era todavía un niño y me querían, la adolescencia llegaría y entonces me podría convertir en uno de sus ajusticiados.
Imagen de archivo de un coche que pasaba con la música demasiado alta.

Por suerte la situación terminó. Por lo visto los carritos de tres ruedas tenían el eje central algo frágil y ello, unido a que las señoras los cargaban con cantidades inhumanas de peso, hizo que comenzaran a romperse. Y así, con el clásico “es que ya no se hacen carritos como los de antes” las señoras volvieron a sus viejos carros, con poco peso y evitando las escaleras, con lo que su tono muscular volvió a descender y se convirtieron en señoras normales.

Pero a pesar de eso, el barrio tardó en volver a la normalidad. La gente que lo cruzaba de noche aún daba un respingo al oír una persiana levantarse o una puerta abrirse. Y los conductores aceleraban al ver alguna silueta en bata asomándose a un portal. Las viejas eran viejas normales, aunque su leyenda seguiría viva durante mucho tiempo más. Pero ahora ya no. Ahora están todas muertas.

domingo, 8 de mayo de 2016

De agricultura ecológica y amenazas extraterrestres.



Breve introducción para ponernos en contexto
Pues resulta que yo, cuando tengo que hacer la compra, intento hacerlo en el mercado de toda la vida. Será porque soy de pueblo y me gusta lo antiguo y tradicional, pero me siento más cómodo que moviéndome por grandes superficies y además, me parece de mejor calidad todo. Pero incluso dentro del mercado tengo mis preferencias, especialmente en lo que fruta y verdura se trata, ya que me gusta ir a un puesto donde se nota que también son de pueblo. ¿Y cómo lo sé? Pues por ciertas características sutiles que pasarían desapercibidas para los de ciudad, tales como una mirada singular, un brillo especial en el cabello o una mandíbula inferior ligeramente prominente. Pero voy al grano que me lío.

Así me venden la fruta a mi
Compro la verdura en un puesto en el que aseguran que el cultivo es ecológico y sus precios no abusivos ya que la mayor parte del género es auto producido. Y además, debo reconocer, la hija del dueño tiene las mejores peras que haya visto jamás (no penséis mal, también tiene buenos melones) y eso es algo que no se puede tomar a la ligera. Pero ahora sí, paso a contar a lo que iba desde el principio.

No está muerto aquello que yace eternamente.
Llegué a mi casa con la compra y la metí en la nevera. Todo normal. Pero con el ajetreo del día a día no me di cuenta hasta el jueves (estamos teniendo en cuenta que la compra la hago el sábado por la mañana) de que me había dejado un brócoli olvidado en el fondo de una estantería. Dispuesto a enmendar mi error lo saqué  de su bolsa, lo preparé y entonces me di cuenta de que había una babosa, tiesa como un palo, enganchada en el tronco. Un pobre bicho que había pasado una semana casi a temperaturas incompatibles con la vida y cuyo cadáver atestiguaba que estaba comprando verdura más o menos ecológica.

Dejé el tronco del brócoli en la encimera y me puse a preparar la cena. Y cuando ya llevaba un buen rato allí, detecté un movimiento extraño con el rabillo del ojo y al mirar, me di cuenta de que la babosa estaba moviendo sus antenitas. ¡Milagro! Exclamé. Y me apresuré a colocar el tronco cerca de una fuente de calor, confirmando que efectivamente, el bicho había sobrevivido a casi una semana de frío intenso. Así que, aprovechando que vivo en el campo, la saqué fuera y la coloqué junto a unas hierbas al pie de un árbol para que pudiese comenzar una nueva vida lejos de frigoríficos. Y así quedó la cosa. Yo cenando y la babosa correteando por ahí.

Pero cuando me acosté, una serie de ideas extrañas comenzaron a acudir a mi somnolienta mente. ¿Y si ese brócoli venía de algún país lejano y el bicho ese iba a crear un desajuste en el ecosistema? Peor aún… ¿Y si la babosa era hembra y estaba repleta de huevos y su numerosa progenie iban a representar una plaga catastrófica? Peor aún… ¿Y si la exposición prolongada al frío extremos había provocado una alteración genética en el bicho y sus futuros hijos y más allá de ser una plaga veraniega iban a ser capaces de sobrevivir a los duros inviernos alicantinos? Peor aún… ¿Y si la babosa provenía en realidad del espacio exterior y…? Y ya no pude más. Así no había forma de pegar ojo, por lo que me levanté, salí a la calle otra vez y busqué a la babosa para colocarla en algún lugar controlado, como una maceta en mi patio. Pero no estaba allí. Ni la babosa ni el tronquito de brócoli. Ni siquiera el árbol. En su lugar había un sendero de destrucción, árboles caídos y coches volcados algo más adelante. Miré hacia el pueblo donde se oían sirenas de policía y bomberos y las llamas iluminaban el cielo nocturno. Y volví a la cama con la extraña sensación de que había empezado una nueva era para la humanidad.


El innecesario epílogo.
Oculto detrás de unos contenedores recupero mi ritmo normal de respiración. Parece que no me siguen. Me asomo a la calle perpendicular a ésta y compruebo que no hay ninguno a la vista, así que aferro mi hacha y salgo a la carrera. Pero un sonido gorgoteante me hace frenar en seco. No sé de dónde han salido estos dos, pero no me queda otra que luchar.
Acabo con ellos con bastante facilidad; por suerte eran de los lentos, y abro la puerta de la panadería. Detrás del mostrador el panadero me sonríe.
-¿Lo de siempre?
-Sí. –Le digo jadeante. –Una barra y dos croasanes. O como se escriba eso.
Y mientras me prepara la bolsa me comenta.
-Más mutantes de esos. ¿No?
-Sí. Alguno de ellos.
-Como pille yo al que dejó suelta a la babosa esa, le…
- Ya, ya. –Le interrumpo. –Hay cada inconsciente por ahí… En fin. Hasta mañana.
-Eso si hay mañana, jeje.
-Jejeje.
Reímos los dos y fundido en negro.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Una de política (Este blog se está echando a perder)



Recuerdo que hubo un tiempo en el que yo pronunciaba orgullosos esa frase de “Yo paso de la política”, ya que con ella reafirmaba mi posición en el mundo como un joven independiente y alejado de las preocupaciones de los adultos. Pero cumplí los dieciocho y con el derecho a voto comenzó un lento pero imparable conocimiento de la situación política de mi país. En esa época teníamos una derecha fuerte de la mano de Aznar y una izquierda fofa, gastada y melancólica con un Felipe Gonzalez que reunía las mismas cualidades. Y yo, ajeno a ver más allá, solo distinguía colores y conceptos básicos.

Seguía sin ser alguien interesado en política, pero sí consciente de su importancia y fue por ello por lo que reconozco que llegué a ilusionarme en la primera legislatura de Zapatero, y sentirme bien con una situación en la que además había participado. Era un “Joder, ganan los míos y encima lo hacen bien”. Recuerdo, como anécdota, que en esa época trabajaba en una empresa que manejaba mucha prensa extranjera y me sorprendía ver cómo en otros países se decían maravillas de la gestión de Zapatero mientras que en España no dejaban de echarle mierda encima; fue allí cuando descubrí que la prensa de este país es básicamente de derechas y parecen tener muy poca profesionalidad periodística. Pero anécdotas aparte, como decía, me ilusioné con la llegada de Zapatero y me cabreé al ver su declive y sus cada vez más abundantes políticas de derechas. ¿Qué estaba pasando? Y fue así como llegué a una conclusión.

Llegué a la conclusión, como decía, de que la derecha y la izquierda no son tanto cuestiones ideológicas como de actitud. La derecha es ese pilar rígido y frío pero firme y que da seguridad, mientras que la izquierda es un río de lava que busca cambiar el paisaje hasta que se enfría y se convierte en un pedrusco a los pies del pilar de antes. Recuerdo, otra anécdota, a un tertuliano de la radio afirmar que España era un país mayoritariamente de izquierdas ya que no poseía ningún partido (importante) de extrema derecha, como sucedía en otros países europeos. Mi opinión es que España no necesita a ningún partido de extrema derecha ya que todos son de derechas. Por supuesto hay excepciones, pero ya se están encargando de sofocar ese fuego con demagogias y miedo.

Como decía, y a ver si acabo ya, es que estas últimas elecciones han sido para hacer la maleta y largarse a Andorra. Se supone que los dos pilares de la democracia son la elección de nuestros gobernantes por parte del pueblo y la posibilidad de que distintos partidos tengan a su vez voto en las políticas que se van a realizar. Pero no. Aquí o hay un ganador indiscutible que pueda convertir la democracia en una dictadura de cuatro años, o nadie se pone de acuerdo en nada. Y hay que votar otra vez. Y allá que vamos. Pero recordad: No votéis a los mismos que votasteis o el resultado será el mismo y caeremos en un bucle democrático-regenerador del que jamás saldremos. Y segunda norma: No votéis a Podemos no sea cosa que algo cambie de una vez y no sepamos adaptarnos. Temed, no penséis, y sonreíd a la cámara mientras echáis la papeleta.

Por variedad no será... aunque luego siempre ganen los mismos.