jueves, 7 de enero de 2016

Crónica de un siete de enero.



Seis y media de la mañana. Suena el despertador. Me incorporo, me levanto y en seguida noto algo raro; la ropa de trabajo no está hecha una bola en el suelo sino perfectamente plegada en el armario. Y con más ropa encima. No logro recordar qué ha pasado. Me visto, me pongo las botas de seguridad y me parecen aún menos cómodas que de costumbre; como si mis pies estuviesen reblandecidos. Bajo a la cocina, almuerzo polvorones y turrones… que raro. Y salgo a la calle sin tener muy claro todavía qué ha sucedido en estos últimos días.

El escenario es desolador. Luces de colores colgando de las ventanas, apagadas y balanceándose como cuerpos de ahorcados; trozos de papel de regalo rodando por las calles desiertas crujiendo lastimeramente. Cajas vacías cubriendo los contenedores de basura, árboles resecos adornados con bolas abolladas asomando en las ventanas… Todo huele raro hoy, y mi mente está embotada por una especie de bruma densa que no me deja acceder a mis recuerdos.
Ésta es la pinta que tiene mi pueblo ahora mismo.

Cuando llego al trabajo veo los primeros signos de vida humana; rostros grises, tristes, apagados… Los supervivientes se mueven como autómatas guiados por una mente superior… y maligna. Trabajan sin parar, sin rechistar, sin mirarse a los ojos, como llenos de una tristeza o vergüenza jamás vista hasta el momento. Yo les sigo la corriente y paso junto a ellos sin hablar ni cruzar mi mirada con la suya. Y a medida que pasan las horas pienso en las posibilidades más lógicas de este inesperado cambio: Una dominación alienígena que por algún motivo no me ha afectado y ahora estoy destinado a salvar a la humanidad y fecundar a todas las mujeres humanas de edades y medidas comprendidas entre… Un virus zombificante al que por algún motivo soy inmune y que ahora me obligará a acabar con cuantos me descubran y luego tendré que salvar a la especie fecundando a todas las hembras humanas… Un meteorito que ha pasado demasiado cerca de la tierra afectando a todo cristo excepto a mí a causa del revestimiento de plomo de mis paredes (y mis colegas se reían de mí, a ver cómo se ríen cuando fecunde a sus novias y esposas)… Vainas del espacio exterior… Suplantaciones de intraterrestres… Hastur el Innombrable…

Hasta que finalmente alguien me mira, me saluda y dirige la palabra. “Un superviviente, como yo” pienso, hasta que me pregunta cómo me ha ido la navidad, que si los reyes, que si las campanadas y los cuartos, que si las basculas y los propósitos y el año que nos espera… Y al final acabo recordando qué ha pasado y abandono mis sueños de grandeza en pos de otro año de ilusión y alegría, uniéndome a las masas grises y aletargadas, a la espera de que caiga un rayo y me fulmine. O algo.

3 comentarios:

  1. Yo me he encontrado con tres tíos muy raros, que parecían yonkis, en el portal. uno viejo, otro con el pelo a lo afro y otro que no sabría que decir como era, ya que tenía la cara reventada... el viejo no paraban de decir, "no tengo más regalos, no me pegues más"... como hacemos en las grandes ciudades y que se considera lo correcto, me he ido corriendo tras darle una patada al más cercano.
    Esto y tras leerte, sí, veo que es un día raro. Ha llovido en Madrid y el aire huele raro... como a limpio.

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  2. Tienes un síndrome postvacacional normal en las personas de tu edad. Bienvenido al mundo real y gris oscuro del resto del planeta (excepto los que comen brocoli, para ellos el mundo es negro totalmente)

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  3. Gracias por comentar, aunque no se me ocurre nada que responderos.

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