sábado, 31 de octubre de 2015

Una pala en el garaje



6:30 de la mañana. Suena el despertador. Estiro un brazo y trato, a tientas, de apagarlo. Tiro la lamparita, derramo el vaso de agua con la dentadura, aplasto las gafas, quito la anilla de la granada… Nada. Me levanto y lo apago con odio infinito, pero sin hacer ruido, no despierte a la niña. Me visto, me agacho a por los zapatos y mi espalda cruje tanto, que el sonido resuena por las paredes, rebota hasta donde está la cuna y se amplifica hasta hacerla llorar. La niña me odia, mi mujer me odia, el universo me odia. Parece que hoy no va a ser mi día.

Bajo las escaleras y tropiezo, o resbalo, no podría concretar porque estoy rebotando contra los escalones de mármol, hasta que mi cabeza choca contra la pared y abro un agujero de tamaño considerable. Lo observo y me quedo maravillado. Nunca habría imaginado que esa pared estuviese hueca. Meto la mano imaginando encontrar algún tesoro oculto por los antiguos propietarios, pero me muerde una rata, enfadada por haber descubierto su nido. La mordedura se infectará y seguramente sufriré alguna desagradable y ya descatalogada enfermedad, pero ahora no tengo tiempo de pensar en eso.

Me meto en la cocina y me preparo un té de esos relajantes para afrontar lo que se me viene encima pero la bolsita se rompe y se esparce toda la paja por el vaso. Lo tiro. Me preparo un vaso de leche pero en un descuido lo golpeo contra la puertecita del microondas y salpica de una forma desproporcionada. Observo el estropicio. Parece que hayan rodado una peli porno en mi cocina. Es sobrecogedor. Decido que será mejor no comer nada y salgo a la calle. Brilla el Sol, cantan los pájaros, no hace frio ni calor… Es horrible. Es como una burla cósmica. Y oigo su voz.
-Buenos días vecino.

Me saluda desde su portal. Chandal, pecho hinchado de orgullo y satisfacción, una sonrisa brillante y una voz clara, como si nunca hubiese conocido el cansancio ni el hastío. Y sigue hablando.
-Hay que ver… Las siete y ya es de día. Me encanta esto del cambio horario; te permite madrugar más y aprovechar el día. A las siete… Son las ocho.

Y entonces recuerdo que tengo una pala en el garaje.


lunes, 26 de octubre de 2015

De bragas y simúlidos





Tarde de domingo. Cojo la bicicleta aprovechando una de esas conjunciones astronómicas que solo se dan una vez cada 12 millones de años en la que mi mujer descansa la vista en casa mientras las niñas están con su abuela. Siento el aire fresco de otoño en mi rostro y escucho el alegre canto de los pajaritos campestres. Pero de pronto, algo trunca mi paz exterior. Una chica que está plantada junto al camino me mira con atención. La miro, me mira, la miro y me mira. Hasta que finalmente, cuando ya estaba a punto de dejarla atrás, me obliga a detenerme con una palabra.

-¿Hola?
-Hola.
-Tu eres… Capdemut. ¿Verdad?
-Ehm… Si. Yo…soy.
-¿El del Dr. Testículo y los regalos de mierda y los fenómenos paraanormales?
-Sssssi.
-Madremia madremia, soy súper fan del Incidente de Belén.
-¿De verdad? Es una historia de mierda que ni siquiera me he atrevido a terminar de tan remala…
-¿Me firmas un autógrafo? ¿Por favor?
-Si, claro, vale, eh… Como no. ¿Dónde te firmo?
-Pues no llevo papel, así que fírmame aquí.

Y es entonces cuando la muchacha se da la vuelta y levanta levemente su falda hacia arriba, dejando ver un bonito trasero con unas bonitas braguitas blancas. Empieza a hacer calor de repente.


-¿Llevas boli? –Me pregunta mirándome por encima del hombro.
-Pues no, pero… Mejor te firmo con la po…
 
Aquí unas fans que se quedaron sin sitio
Y así es como comienza ese antiguo ritual que ya todos conocemos y que por lo tanto no voy a molestarme en detallar, pero que de pronto es interrumpido cuando de los matorrales empiezan a aparecer chicas de todas las edades y formas (justo como me gustan a mi) que reclaman a su vez sus autógrafos y me abordan, me aplastan, me despedazan, me devoran… Y yo pienso que mi paso por este mundo no ha estado tan mal, que para terminar de otro modo mejor así, bajo una avalancha interminable de carne femenina, como Junstin Biver, como Jimi Jendrix… Hasta que una voz familiar resuena en lo más profundo de mi cabeza con un “Capdemut, Capdemut, despierta. Estás teniendo una pesadilla”. Y cuando abro los ojos descubro que nada ha pasado, que sigo tristemente vivo en un mundo en el que ninguna horda de hembras estaría dispuesta a arrancarme la piel a tiras para colgársela en su habitación y en el que cuando salgo a dar una vuelta con la bici, solo me como simúlidos*.

*Los simúlidos son esas moscas diminutas que flotan agrupadas en grandes bolas y que se convierten en plato principal de moteros y bicicleteros. Ya lo sabéis. 
Este tema lo dejo para una entrada futura.

martes, 20 de octubre de 2015

Percepción (Paternidad 40)



Una de las cosas más sorprendentes que le pueden suceder a un ser humano cuando ve el rostro de su hijo/a al nacer, es darse cuenta de que el niño/a de los compañeros de habitación es feísimo. Siempre pasa. A mí me ha pasado dos veces, además. Una por hija. 

Lo primero que se le viene a uno a la cabeza es que efectivamente, la pareja de al lado han tenido un retoño feo y que estarán babeando de envidia al ver a la preciosidad que descansa en la cuna de nuestro lado. “Os jodéis” es lo que se suele pensar en estos casos y uno continúa con su vida. 

Pero es entonces cuando, paseando por el pasillo (¿Qué fue primero, el paseo o el pasillo?) vemos que todos los otros bebés con los que nos cruzamos, son feos; algunos mucho y otros más, y empezamos a pensar que ese hospital no es normal, que seguro que ha comenzado una invasión extraterrestre, complot intraterrestre o que por fin los reptilianos se han decidido a dar la cara; pero es entonces cuando, si somos listos (a mí me lo tuvieron que explicar) nos daremos cuenta de que este curiosos fenómeno se debe a que el hecho de compartir genes con nuestro hijo/a, altera de algún modo nuestra percepción para verlo más guapo. Y esta idea no es nada tranquilizadora.

Que nuestra percepción esté alterada implica dos cosas: Primero, que nuestro hijo/a también es feo/a, aunque no podamos distinguirlo. Y segundo que los otros padres con los que nos cruzamos ven guapos a los suyos y feos al nuestro/a. Tal revelación suele provocar cierta paranoia, lo cual hace que muchos padres acaben corriendo por los pasillos tapándose los ojos con ambas manos y precipitándose al vacío a través de grandes cristaleras. Pero que no cunda el pánico. En estos casos lo mejor es meterse en la habitación, correr las cortinas (¿Qué fue primero la cortina o la corrida?) y tratar de no fijarse en la expresión del otro padre cuando mire con cierta sorna a nuestro/ a pequeño/a mientras mece en sus brazos a una extraña lagartija azul.

Y encima hay que decirle que qué preciosidad, que es igualito a su padre.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Lectura (Paternidad 39)



Domingo por la tarde. Afuera nieva y yo, mientras tanto, estoy tecleando frente al ordenador, con las piernas cruzadas, en batín y fumando en pipa. Entonces mi hija mayor se acerca por detrás de mí y observa como aparece palabra tras palabra en  el monitor debido a mi vertiginosa velocidad de escritura.

-Papá… ¿Qué haces?

-Escribiendo, hija mía.

-¿Y para qué?

-Para subirlo a mi blog personal y que todo el mundo pueda leerlo.

-Yo estoy aprendiendo en el cole. ¿Podré leer tu blog?

-…

Y ésta es la cara de idiota de las profundidades que se me puso.

viernes, 9 de octubre de 2015

Otro bello viernes.




Viernes por la tarde. Tarde-Noche mejor dicho. Noche para ser exactos. Última parada de una jornada laboral de sesenta horas. “Eso no es nada” me dicen algunos “Por lo menos no estás picando piedra” y se ríen. Odio ver los dientes de la gente.
Viernes por la noche, hemos quedado. Última parada y últimos comentarios amistoso-irritantes de la semana. Entonces llega Él, me mira con detenimiento y me dice:
-Hombre, Capdemut, no te había reconocido… ¡Sin la melena!
-Ya. Ehm… Me la corté hace tres años.
-No. La semana pasada llevabas el pelo largo.
-Sí. Lo llevaba más largo que ahora, pero no era una melena. La melena me la corté hace tres años.
-Pero era melena.
-¿Era melena qué?
-Lo de la semana pasada. Lo llevabas largo.
-Sí. Lo llevaba más largo que ahora pero… Bah, déjalo correr.
Y arranco el camión y allí se queda. Lo veo por el retrovisor mientras me alejo; feliz, sonriendo, con sus dientes brillando en la oscuridad de la noche; contento de haber tenido una conversación o algo parecido conmigo. No por mí; le habría valido cualquiera; solo quería cerrar algún tipo de círculo sociolaboral, mientras yo sueño con conducir hasta países lejanos, donde hablen lenguas extrañas, y no haya posibilidad de comunicación. 
No sé… Alemania, por ejemplo.
Y he aquí la bandera alemana, por añadir algo de cultura al blog.