martes, 2 de junio de 2015

El ataque de las grupies ancianas dementes (Un relato de horror, supervivencia y peinados poco afortunados)



Una tranquila tarde de sábado. Paseo relajado por las calles de mi ciudad, aspirando el aire fresco de los tubos de escape de motores híbridos y observando las palomas ávidas de desperdicios volando sobre los tejados llenos de excrementos. Y todo es bonito hasta que se detienen dos autobuses delante de mí y lentamente empiezan a descender de ellos decenas de jubiladas de pieles rosadas y cabellos blancos. Inglesas, sin duda. Sigo caminando como si nada cuando una de ellas se me queda mirando y me grita: “¡Hey, you! ¡Barry Gibb!” La miro y me mira y miro como me mira  mientras algunas otras ancianas se colocan bien sus gafas y repiten el mismo nombre “Barry Gibb, Barry Gibb, Barry Gibb…” mientras se acercan peligrosamente a mí. Yo intento hacerles entender que me confunden con otro o algo, pero mi inglés, mucho más del sur, no parece hacerlas comprender que están en un error. Es en ese preciso instante cuando me doy cuenta de que estoy en un aprieto; cuando un sujetador de una talla nunca vista por mí y con la copa reforzada con varillas de hierro forjado, vuela hacia mi cara; logro apartarme justo a tiempo para oírlo silbar al lado de mi cabeza y derribar un muro de hormigón a mis espaldas. Las viejas parecen enloquecer con mi ágil movimiento de cadera y se lanzan a la carga mientras yo salgo pitando en dirección contraria.

“Follow him, follow him. He’s Barry Gibb” es el grito de la turba que me persigue por calles y descampados. “¿Follow dicen? Encima me quieren violar”, pienso mientras corro a toda velocidad saltando coches y apartando puestos de fruta y carritos de bebé violentamente. Normalmente podría dejar atrás a unas señoras tan mayores, pero estas parecen estar imbuidas por algún tipo de energía fanática que les otorga una velocidad y resistencia increíbles. En una de esas se me ocurre sacar el móvil y buscar en la Wikipedia quién coño es ese Barry Gibbs y  lo que encuentro me revela la terrible verdad de lo que está pasando.
Éste es Barry Gibb

Coño si es que soy igual que el del medio de los Bee Gees. A ver a qué santo me he dejado este pelo y esta barba ridícula. Por lo menos, me consuela el pensar que es, sin duda alguna, el más guapo de los tres. Pero hay un dato preocupante y es que el menda tiene ahora casi setenta años. Esas viejas no solo son unas grupies desesperadas sino que no tienen ni idea de en qué año viven y esa demencia las vuelve aún más peligrosas. Debo esconderme de ellas ya. Y de pronto veo ante mis ojos el escondite perfecto: Una casa en ruinas. Desgraciadamente, el escondite parece causar el efecto contrario al deseado y me persiguen con todavía más ahínco.
Mal día elegí para ponerme pantalones de campana y chalequito.

Las fuerzas empiezan a fallarme mientras que ellas siguen corriendo como si acabaran de cumplir los sesenta. Si no encuentro una solución pronto, me alcanzarán y no quiero ni imaginar qué harán conmigo (ni como). Afortunadamente, al girar una esquina me encuentro con varias posibilidades. En primer lugar veo un arsenal del ejército que curiosamente algún soldado incompetente se ha dejado abierto; una fábrica de despieces de vacuno; un desguace de automóviles con una prensa compactadora; un concesionario de vehículos agrícolas con una cosechadora en marcha en la puerta; pero finalmente opto por la opción más útil y me meto en una peluquería.

En el interior dos jóvenes mozuelas le cortan el pelo a dos no tan jóvenes señoras porque resulta que es la época de comuniones o no sé qué, y mientras atranco la puerta con el silloncito de sentarse los que esperan, me pregunta si tengo cita. “No tengo cita. Pero necesito afeitarme y cortarme el pelo YA”. Y me dicen que lo sienten pero que la agenda y que las clientas y que las comuniones… Hasta que la turba de ancianas descontroladas llegan al local y empiezan a golpear puertas y ventanas mientras gritan eso de “Baaaaarry Giiiibbbb….”
Aquí vemos a las ancianas en pleno furor uterino.

Asustadas, me sientan en el taburete, me tapan con la mantita esa que yo, sinceramente, siempre he pensado que es para masturbarse tranquilamente mientras a uno le cortan el pelo, y empiezan a cortar y afeitar a cuatro manos mientras los golpes van aumentando en intensidad y los cristales comienzan a ceder. Finalmente se oye un terrible estruendo y una veintena de viejas caen al interior de la peluquería entre una lluvia de cristales y bisutería barata. Todo apunta a que ha llegado nuestra hora, pero no. Cuando me miran y se dan cuenta de que ya no me parezco a Barry Gibb, se dan la vuelta y regresan hacia su autobús para seguir con sus vidas mientras yo me lamento por no haber ido a la pelu antes.

PD: Tanto rollo solo para decir que este sábado sí, me corto el pelo de una vez.

3 comentarios:

  1. ¡Dos grandes relatos en una semana! Vas cogiendo ritmo otra vez... Éste también me ha encantado.

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    1. Muchas gracias por tu amable comentario. Estas son las cosas que me animan a seguir escribiendo.
      Si me diesen algo de pasta ya sería la host...

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  2. Esta semana estaba pensando en ir a cortame el pelo, creo que voy a provar esonde masturbarme porque normalmente el instante ese en que te laban y acarician la cabeza me pone muy burro...
    Algun consejo o voy haciendo a mis anchas sin darle importancia a los comentarios de la peluquera cuando se de cuenta?

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