lunes, 29 de diciembre de 2014

Apariencias comparativas (Una entrada que da bajón, pero con tres fotos, eso sí)



Todo aquello que vemos, no existe. 
Con esta afirmación resumimos, a grandes rasgos, el funcionamiento de la percepción humana. Y es que nuestro cerebro debe crear imágenes a partir de la luz que captan nuestros ojos y por ello, la idea final de lo que tenemos delante puede variar notablemente debido a los múltiples “filtros” (emocionales, situacionales, temporales) por los que esa imagen pasa. Y no es una teoría descabellada o sin contrastar. Yo puedo afirmarlo y seguro que todos vosotros podéis hacer lo mismo. Ahí va un ejemplo:

Me levanto por la mañana. He dormido bien y espero que hoy sea un día lleno de oportunidades que aprovechar. Me lavo la cara y me quito la camiseta frente al espejo; y pienso: “Joder, que fuerte estoy para el ejercicio que hago y la edad que tengo…”
Éste soy yo a las siete de la mañana.

Vuelvo a casa por la noche. Agotado tras un día lleno de frustraciones y fracasos menores. Me lavo los dientes antes de acostarme y me quito la camiseta frente al espejo; y pienso: “Joder, cómo puedo estar tan delgado y a la vez tan blando…”
Y así soy a las 10 de la noche

¿Y por qué sucede esto? ¿Por qué, siendo yo el mismo individuo me veo tan distinto? Pues es justo lo que he explicado en el primer párrafo, no me hagáis repetirlo. Lo que pasa, y hete aquí el propósito de esta entrada, es que tal situación también se produce con segundas personas, cuya imagen se ve modificada por la estima que les tenemos. De este modo, recordamos como más pequeñas, feas y calvas a las personas que despreciamos, y más altas, guapas y dotadas sexualmente a las que admiramos, ya que nuestros celebros han alterado la realidad de su imagen para adaptarla a nuestra propia realidad. De verdad os lo digo. 

Es por ello que con un poco de astucia, podemos sacar provecho de todo esto y saber qué opinión tienen los demás de nosotros según lo que nos digan al vernos, gracias a este conocimiento que os estoy brindando. ¿Que nos dicen que qué guapos estamos y que si hemos crecido ahora a los treinta y tantos? Eso significa que les caemos mal y nos odian en realidad, ya que en nuestra ausencia nos habían afeado y empequeñecido hasta lo grotesco. ¿Qué nos dicen que nos ven más viejos, ajados y hechos polvo? Pues entonces alegrémonos, pues significa que les caemos bien y nos tienen en alta estima.
O eso… O es que de verdad estamos viejos, ajados y hechos polvo.
En cuyo caso es incluso peor.
La vida es ingrata.
Quiero morir.

Somos como hojas llevadas por el viento, volando inertes lejos de casa...

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Navidad... y testosterona



Voy paseando por la calle rodeado por un ambiente navideño, festivo y alegre. Parece que hoy va a ser un buen día, sin incidentes ni cosas raras de esas que a veces me pasan, cuando la voz de un chaval a mis espaldas, rompe el hechizo.

-Señor… ¿Me compra un billete de… asociación… sorteo de navidad… bla bla bla..?
Y me giro lentamente, para darle tiempo a mi desconcierto de convertirse en furia.
-¿Qué me has llamado, niñato?

-Se… Señor…
Y así, al grito de “No soy viejo, vas a morir” me lanzo sobre él y agarrándole por las solapas del chándal lo zarandeo, lo volteo sobre mi cabeza y lo estampo contra todas las superficies sólidas a mi alcance. Hasta que me paro, miro al chaval y pienso. Pienso que no tendrá más de doce años, en cuyo caso le triplico la edad. Es normal que me llame señor. Podría ser su padre; incluso el padre de su padre si apuramos mucho. No merece tal castigo.

Así que lo dejo en el suelo, le quito un poco el polvo y le digo amablemente.
-¿Un décimo? ¿Cuánto valen?

-No, no… No hace falta se… Da igual.

-¿Cómo que no me lo vendes?
Y así, al grito de “Te voy a machacar, maldito ingrato”, me lanzo sobre él y agarrándole… etc.

Total que al final me gasté un euro y ya no sé dónde tengo el billete ese de los cojones. Como pille yo al crío ese lo agarraré por…

Moraleja: Llegamos a una edad en la que el cuerpo segrega una cantidad inusual de testosterona, en plan “último cartucho” que puede hacer que el temperamento de un hombre se vea alterado ligeramente hacia tendencias agresivas. Es normal, no hay que asustarse, pero tampoco dejarse llevar y perder el control. Tomad ejemplo de mí y no os pasará nada.

Casi se me olvida! La típica imagen navideña.

sábado, 6 de diciembre de 2014

De vaginas y amistad (Y cerramos la trilogía)



Ayer mismo me encontré con un amigo por la calle. Un amigo de los buenos, de confianza, de hablar mucho y entenderse, de risas y llantos; de esos que solo se puede tener uno porque son irrepetibles. Y estaba un poco preocupado e intranquilo, como si no se sintiera del todo bien en mi presencia.

-¿Qué te pasa, amigo? –Le pregunté con voz cálida.
-Tengo un problema… Pero no quisiera ofenderte ni que cambiaran las cosas entre nosotros al contártelo. –Me respondió él secándose el sudor de la frente.
-Claro que no. Sabes que lo que sea, podremos resolverlo, como hemos hecho siempre. 

Y entonces ambos a la vez recordamos aquella vez en el templo subterráneo huyendo de dinosaurios con la Gema del Saber en nuestras manos, mirándonos convencidos de que jamás veríamos de nuevo la luz del Sol.

-Verás… -Comenzó a explicarme. –Desde hace un tiempo, cuando hago el amor con mi mujer… No deja de pronunciar tu nombre.

Yo le miré con cierta severidad, pero rápidamente mi expresión pasó a la calma y le puse la mano en el hombro a la vez que le sonreía.

-Pero no te preocupes. Esto no es malo.
-¿No? –Me responde con los ojos húmedos de lágrimas reprimidas.
-Por supuesto que no. –Prosigo. –No es malo, es normal. Tú mírate bien, y ahora mírame a mí. Eres un cagarro de hombre y deberías dar gracias al cielo de que hayas encontrado una mujer dispuesta a acostarse contigo. Déjala que fantasee, hombre, déjala.

Y entonces me sonríe, estalla en llanto y me abraza, dándome las gracias. Y yo le digo que no hay de qué; que los amigos estamos para eso y que me siento satisfecho de haber aclarado sus dudas. Y ya puestos le pido cincuenta euros para comprarme unas miniaturas que necesito y él me dice que para qué las quiero si ya no juego nunca y yo le respondo que ya lo sé pero como me lo paga él me lo compro aunque tenga que dejarlas allí cogiendo polvo. Y cuando agarro el billete me recuerda que está en paro y que tiene serios problemas económicos y yo le doy unas palmaditas en la espalda y me alejo. 

-Recuerdos a tu mujer.

Qué bonita es la amistad verdadera.