martes, 2 de septiembre de 2014

Raíces (Paternidad 33)



De vez en cuando tengo la oportunidad de pasear por las tierras en las que nací, reencontrándome con paisajes, olores y sonidos que hacen que me sienta abrazado por recuerdos de tiempos pasados. Curiosamente siento que todo ha cambiado a la vez que sigue igual. Y esos recuerdos llevan consigo aquellos sueños que abandoné por los caminos que ya no andaré, objetivos abandonados en rincones olvidados y momentos no vividos que el tiempo ha ido descomponiendo hasta hacerlos casi irreconocibles.

Y allí, sentado en mi rincón favorito del mundo, traté de explicarles a patos, cormoranes y flamencos  el porqué de las migraciones de los humanos, que por muy lejos que viajemos, siempre necesitamos un lugar al que llamar hogar; Un lugar que tira de nosotros por muy lejos que volemos. Y me preguntaron el porqué de todo eso, si realmente merecía la pena dejar algo atrás aún sabiendo que siempre se va a echar de menos, si no era un error comprometer aquello que uno no sabe si posee y si al final merecía la pena ver cómo se desvanecía todo lo que el tiempo había depositado a nuestros pies. No supe responder.

Observé como se alejaban volando de mí, libres y sin ataduras y noté un sabor amargo en mi garganta: El sabor de la duda y la desazón. Traté de recordar el porqué de todo aquello, el momento exacto en el que tomé las decisiones que me convirtieron en lo que ahora soy, pero no pude localizarlo entre todo un mar de tiempo. Y me sentí mal. Sentí frío y no supe adonde ir. Hasta que oí su voz a mi lado. “Vámonos a casa” me dijo la niña. Y la palabra “casa” sonó con una fuerza que nunca habría imaginado hasta ese momento; Cobró un sentido más allá de todo lo que yo podría haber comprendido ni pasando cien años sentado en ese lugar. Me cogió de la mano y me di cuenta de que mi hogar siempre será el suyo y que cualquier camino que tome de ahora en adelante tendrá un fin y un sentido.

Y mientras me marchaba del lugar que me vio crecer, observé las aves que ya no eran más que puntos oscuros en el cielo azul y mi envidia se tornó tristeza al comprender que aun siendo capaz de encontrar las palabras que acabaran con todas sus dudas, jamás serían capaces de comprenderlas.



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