martes, 17 de junio de 2014

La oveja de las eras (Cuento infantil)

Decido retomar esta sección dedicada a los cuentos que voy creando para mi hija, pero añadiendo el cambio de que ella ya e smás mayor y éstos deben ir evolucionando con ella. El que presento a continuación, a pesar de ser un cuento tradicional con animales que hablan, trata temas como el envejecimiento, el guardar secretos y la eternidad, cosas no demasiado asimilables por los niños pequeños. Avisados quedáis, cuentistas varios.



Érase una vez un joven pastorcillo que vivía con sus padres en la ladera de una montaña, junto al bosque. Tenían un rebaño de doscientas ovejas y entre todas ellas estaba Blanquita, que pronto se convirtió en la favorita del pastorcillo; era más blanca y suave que las otras ovejas y sin duda más inteligente y siempre acompañaba al pastorcillo donde éste fuera.

Los años pasaban y el pastorcillo se convirtió en un hombre y se hizo cargo del rebaño cuando sus padres ya no pudieron. Las ovejas iban y venían, algunas eran vendidas o compradas y otras se hacían viejas y morían mientras que nacían nuevas, pero Blanquita seguía allí, junto al pastor y con el mismo aspecto de siempre.

Llegó un día en el que el pastorcillo, convertido ya en un anciano de cabellos blancos, estaba sentado bajo el tronco de un árbol. Estaba viejo y cansado y sabía que no habiendo tenido hijos, pronto tendría que vender el rebaño. Entonces miró a Blanquita, que estaba junto a él y le dijo:
-¿Cómo puede ser? ¿Cómo es posible que en todos estos años seas la única que no ha envejecido?
El pastor le acariciaba la cabeza sin esperar respuesta a su pregunta, pero para su sorpresa y seguro la de cualquiera que hubiese estado allí, la oveja le respondió.
-Yooo teeengo uun secreeeto. –Le dijo, con un fuerte acento ovino. –Yo seee coomo viviiir paara sieeeempreeee.
El pastor se levantó de un salto. No sabía qué le sorprendía más, si el hecho de que la oveja hablara o la certeza de que existiera tal secreto.
-Cuéntamelo, por favor, Blanquita. Siempre hemos sido amigos y te he tratado muy bien. –Le suplicó el pastor.
-Noo pueeeedo. Es un secreeeetoo. –Le respondió Blanquita.
-Por favor, mírame. Soy viejo. Ya no puedo seguir así, cuidando de vosotras. Por favor, ya me queda poco tiempo, no me dejes morir.
Las palabras del pastor enternecieron aún más la ya de por si tierna carne de la oveja y miró al suelo.
-Muuuy bieeeen. Sígueeemeee.
Y Blanquita guió al viejo pastor hasta el bosque, donde éste la seguía con dificultad pero con determinación hasta que llegaron a un pequeño claro donde manaba un hilillo de agua de entre unas rocas y formaba un pequeño estanque en el suelo. Tal como le indicó la oveja, el anciano se inclinó y bebió de esa agua que estaba fresca y limpia. Cuando se vió reflejado en el agua, el pastor no podía creérselo; volvía a tener veinte años. Acariciándose el rostro con ambas manos se volvió hacia Blanquita.
-Muchas gracias amiga mía. Mírame. Soy jóven de nuevo. Podré seguir trabajando; podré tener hijos; podré… -Pero la oveja le interrumpió.
-Reecueeerda sieempreee, pastoor. Eeesto eees un secreeeeto. No deeebeees contaaarselo a nadieeee. Nuuncaaa.
-Descuida. Será nuestro secreto para siempre. –Respondió tajante el pastorcillo.

Y pasó el tiempo y el pastorcillo un día decidió bajar al pueblo a comprar, como hacía a menudo, cuando se encontró, ya de regreso, a sus viejos amigos sentados en un banco. Pasó junto a ellos y éstos no le reconocieron, como es natural; y al mirarles el pastorcillo sintió lástima al recordar cómo había sido él mismo hacía poco tiempo. Tan compungido se sintió, que no pudo resistirse y les dijo quién era.
-¡No es posible! –Exclamaban los ancianos. -¡Nadie puede rejuvenecer así!
Y cuanto menos se lo creían, más se afanaba el pastorcillo en tratar de demostrarles la verdad, hasta que, valiéndose de vivencias comunes que nadie más podía conocer, los ancianos le creyeron y le imploraron que les revelara el secreto.
-No puedo decíroslo. Prometí que guardaría el secreto. –Les dijo.
-¿Pero cómo puedes hacernos esto? Míranos. Hemos sido amigos. Hemos compartido la vida. ¿Cómo vas a poder vernos morir sin ayudarnos? –Le imploraron.
Y el pastorcillo, viéndose a sí mismo reflejado en sus ancianos ojos, decidió llevarles hasta la fuente mágica.

El viaje fue largo y penoso, pero al final llegaron al lugar donde estaba la fuente, aunque en lugar del chorro de agua cristalina del que él mismo había bebido, solo había un charco fangoso. Los ancianos al verlo se enfurecieron, pensando que el pastorcillo les había engañado después de todo y se marcharon por donde habían venido. El pastorcillo no entendía nada y cuando se miró en el charco, descubrió que no era su rostro el que se reflejaba en él, sino el de una oveja de lana tan blanca como la nieve. Asustado, el pastorcillo-oveja retrocedió, y entonces se encontró con Blanquita, que le observaba desde unos matorrales.
-¿Queee haa pasaadoo? –Le preguntó el pastorcillo-oveja a Blanquita.
-Haas revelaado el secreeeto. –Respondió ésta con serenidad. –Al iguaaal que hice yooo haaace muuucho, cuaaando todaviiia eera humaaano, cooomo tu. Ahooora estaaamos condenados a éesto para sieeempreeeee.

Y así, la oveja que antes fue pastor antes y la oveja que debió ser alguna otra cosa tiempo atrás se alejaron de la fuente de la juventud, de la que comenzó a manar un hilillo de agua limpia mientras éstas caminaban de vuelta al rebaño al que pertenecerían por toda la eternidad.

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