domingo, 27 de octubre de 2013

Científicos (de mierda)



Los humanos somos seres gregarios; eso lo sabe todo el mundo; pero no gregarios como los lobos, que unen fuerzas para cazar de forma más efectiva, sino gregarios como las ovejas, que en cuanto se separan de la manada se pierden en seguida y se ponen a llorar. Los humanos necesitamos un pastor que nos guíe y para desempeñar tal labor, nada mejor que alguien que nos haya convencido previamente de que es un ser superior; llamadlo político, elegido de dios, estrella del rock o, el más habitual, científico de mierda.


¿Alguien es capaz de escuchar a este tipo sin reirse? 






Pero no todos los científicos son de mierda; algunos investigan sobre la cura del cáncer, cómo ahorrar recursos para que no desangremos completamente a nuestro planeta o sobre si podrían utilizarse células madre para regenerar los tejidos hasta tal punto, que pudiésemos clonar a la Kournikova (ver foto en la entrada anterior) de forma masiva y repartirla por el mundo. Lo que pasa es que hay otros, que sea por falta de talento, incapacidad para encontrar un trabajo decente, o simplemente por haber sido excluido de los circulos científicos serios debido al exceso de investigadores que según el gobierno hay, se venden a cualquier industria y se dedican a investigar cosas aparentemente serias, pero que pueden condicionar nuestras vidas hasta el punto de transformarnos en personas repletas de conductas obsesivas e irracionales. 


Tenemos por ejemplo a Punset, un hombrecillo de pelo cardado que nos habla de cómo ser felices al tiempo que nos compara con su perrita; a su hija, diciéndonos sobre el amor y las relaciones personales para así poder convertirnos en personas emocionalmente inestables y a muchos otros que aseguran, utilizando el argumento ese de “Existe un estudio científico que demuestra que…” seguido de cualquier gilipollez tal como que tenemos que ducharnos cuatro veces al día, lavar la ropa después de cada uso por breve que éste haya sido (los seres humanos sudamos mierda, recordémoslo), aspirar las alfombras cada hora para que no salgan pequeños aliens entre sus pelos, desinfectar la casa continuamente con lejía para que nuestros hijos no se infecten con cosas raras que nuestros ojos no ven y ya que estamos hablando de hijos, darles batidos de complejos vitamínicos (los mismos que se les da a los enfermos terminales, si) por si se dejan un poco de verdura en el plato.
 
Somos borregos, no lo olvidemos, pero sería interesante que de vez en cuando nos planteáramos qué tipo de pastor nos está guiando y hacia dónde. Ya sé que la televisión mola; ya sé que las conductas obsesivas no lo parecen tanto cuando son compartidas por todos los que tenemos alrededor, incluso (sobre todo si tienen que ver con la higiene) pueden convertirse en motivo de exclusión del que no las comparte, “¿Cómo? ¿Solo te duchas una vez cada dos días? ¡Aléjate de nosotros, leproso!”, pero creedme, dulces ovejitas, a veces merece la pena dejar de comer hierba, levantar la cabeza por encima de los lomos lanudos de nuestros congéneres y fijarse bien en quién es el pastor que guía nuestros pasos. Yo, mientras no esté seguro del todo me saldré del rebaño y vagaré sin rumba en busca de quien prometa Kournikovas para todos.
¡Guiame al mundo perfecto, mi pastor!
 
  PD: A ver si tengo suerte y mi mujer no ve esta entrada.

sábado, 19 de octubre de 2013

Niños poderosos

Uno de los más firmes propósitos de los padres para con sus hijos 
Ejémplo de niña prodigio normal
es el conseguir que éstos triunfen donde ellos fracasaron. Para conseguirlo, apuntarán a sus dulces retoños a todo tipo de clases, entrenamientos y demás para convertirlos en futbolistas, tenistas, pilotos, escritores o miembros de la filarmónica de Berlín (no, éstas dos últimas las he puesto de coña; a nadie le gusta el rollazo de la música clásica) ricos y famosos y poder decir orgullosos en el bar eso de “Miradle, ése es mi hijo/a. Yo lo eyaculé.” Pero a veces sucede que el mismo niño, haciendo gala de un total desprecio por los sueños de su progenitor, decide abandonar la senda para él elegida con cualquier excusa del estilo de “Papá, no voy a ir más a fútbol, que estoy harto de que el entrenador me viole.” Pero tranquilos que aún no está todo perdido. Mirad si no al padre de la Kurnikova cuando ésta le decía eso de “Papá, jo, que pierdo siempre, yo no valgo para el tenis” y él insistía con el “Tu ponte la faldita esa y cállate. Ya verás como todo va bien y con un poco de suerte acabarás forrada y casada con un cantante que no tiene ni puta i**a de cantar.” Y si no, siempre nos quedará el recurso por el que lleva el título esta entrada: Convertirlo en un niño con poderes.

Si. Es lo que hay. Los tiempos cambian y desde que se destapó el fraude de la Anne Germain esa (y hasta que aparezca el siguiente candidato/a que ocupe su vacío), los viejos videntes de gafas al revés y peinados estrafalarios, han caído en el olvido y la desconfianza social. Pero claro, si resulta que ese ser poderoso es un chavalín inocente la cosa cambia porque claro, los niños nunca mienten (Ja). Pero crear un niño con poderes no es algo que salga así, sin más; hay que trabajar y dedicarle tiempo, pero gracias a mí y siguiendo al pie de la letra cuatro directrices básicas, va a ser pan comido. Atentos, padres del mundo con hijos incapaces de triunfar por sí mismos, que esto ya va.

Ejemplo de niños sin talento alguno
 



Paso 1: Hacerle creer al niño que realmente tiene poderes. Lo fundamental para que el niño pueda ser presentado al mundo como un ser con poderes es, como no, que él mismo se lo crea y para ello hay que hacerlo sutilmente y durante mucho tiempo. ¿Qué el crio tiene un escalofrío? Eso no es el fresco que entra por la ventana; eso es que un espíritu ha pasado a su través. ¿Qué el niño oye un crujido en la pared? No le diremos que es normal que las vigas crujan con los cambios de temperatura; diremos que es un muerto que llama desde el otro lado. ¿Qué el niño oye voces en su cabeza? No se nos ocurra llevarlo al psiquiatra para evitar que sufra un brote psicótico; es una oportunidad de oro para explicarle cómo las almas de los fallecidos imploran su ayuda.
Si todo ha ido bien, el niño estará completamente asustado y creyéndose un bicho raro que se tira llorando todas las noches preguntándose el por qué no puede ser un niño normal, como los demás. Ha llegado el momento de ir al paso 2.




Paso 2: Convencerle de que todo eso que cree que le pasa, es bueno. Da igual el argumento. Lo más común es decirle que “Oh, igualito que tu bisabuela. Se ve que es una maldi… un don que se salta dos generaciones” Haz que se sienta orgulloso de su bisabuela, que sepa cuán heroica era, que desee ser como ella, menos en lo de ser quemada en la hoguera. Otros argumentos válidos son el de la lluvia de asteroides el día que nació o las misteriosas luces que abdujeron a su madre nueve meses antes de dar a luz. Garantizado; si el niño se siente orgulloso de sus poderes querrá mostrarlos al mundo y eso nos lleva al paso 3.



Paso 3: Llamar a la tele. Puede parecer una chorrada si estamos acostumbrados a ver los documentales de la dos, pero creedme, la masificación de canales que sufren nuestros televisores hacen que la lucha por la audiencia sea feroz y cualquier mierda (y repito y recalco lo de cualquier y lo de mierda) vale. En cuanto se enteren de la existencia de tal fenómeno acudirán como moscas al excremento y encontrarán la forma de hacer verosímiles las habilidades preternaturales del niño frente al mundo. No voy a extenderme. Solo diré que esos programas existen y hay que verlos para creerlos.
Y en este punto puede parecer que la cosa está conseguida, pero no, nos falta el imprescindible paso 4: Creérnoslo nosotros mismos.





Paso 4: Autoconvencimiento. Nos lo hemos inventado, vale. Sólo queríamos sacar unas perras con el crio y de paso salir por la tele, de acuerdo. Pero mientras seamos conscientes de ello, los poderes de nuestro hijo no serán completos. Debemos autocreernos nuestra mentira, y eso es posible, si nos dejamos llevar por los acontecimientos. Que si, que si, nos lo hemos inventado pero… ¿Y si era verdad al fin y al cabo? Las visiones del niño, el éxito del programa de televisión, las pruebas “demostradas científicamente” por los especialistas contratados por la misma cadena… Al final caeréis, ya lo veréis ya, y en ese momento nadie podrá convenceros ya de lo contrario. Habréis tenido éxito, padres y madres frustrados del mundo.

Con un poco de suerte, nuestro retoño tendrá éxito en la vida.


Y eso es todo. No tenéis que darme las gracias (aunque acepto donaciones económicas), solo hago mi trabajo cumpliendo con mis obligaciones morales de ayudar y facilitar la vida de los demás. Especialmente si son estúpidos. Hasta la próxima.