martes, 9 de julio de 2013

Monos cibernéticos


Mi coche soñado
Creo que ya he hablado varias veces de mi relación con el presente, como
futuro de mi pasado; es decir, sobre la ilusión que tenía de niño con la idea de verme conduciendo un coche volador de mayor o descubriendo un buen día que mi mejor amigo era en realidad un extraterrestre infiltrado que me enseñaría los secretos del universo. Bueno, en esto último todavía tengo algo de esperanza.


Pero la cuestión es que vuelvo al tema porque estoy indignado, molesto y algo cabreado con este futuro decepcionante, por lo que no esperéis frases graciosas ni chascarrillos divertidos en esta entrada. Y es que puedo aceptar que los coches no vuelen; vale, quizás era una quimera. Puedo entender que la humanidad no viaje por las estrellas y conozca a otras civilizaciones; puede que fuera pedirle demasiado a la NASA. Y puedo aceptar también el no tener en mi casa un holograma 3D con total autonomía y con las proporciones de una señorita atractiva que hace la labor de mayordomo virtual diciéndome cosas como “Señor Capdemut, recuerde que mañana tiene que hacer un porte importante a las 8 de la mañana. ¿Quiere que le programe el despertador?”; es duro pero vale, a nadie se le ha ocurrido priorizar eso. Y cuidado, porque no por ello desprecio los derroteros por los que ha avanzado la ciencia. Las comunicaciones, las redes sociales, internet en definitiva… Hacen que ahora mismo esté escribiendo tranquilamente (cabreado, pero tranquilamente) en mi casa un texto que en darle a “aceptar” podrá leerse inmediatamente en cualquier parte del mundo (aunque ahora falta que alguien en el mundo quiera leerlo, que eso es un tema aparte del que ya hablaré otro día) y eso es maravilloso ya que gracias a ello cualquiera de nosotros podemos convertirnos, para quien quiera acceder a nosotros, en escritores de mierda, periodistas de mierda, médicos de mierda, abogados de mierda, psicólogos de mierda, expertos en general pero siempre de mierda y un larguísimo etcétera que solo excluye aquellas profesiones que requieren de presencia física para realizarlas. Pero ni así la cosa funciona. Y ahora os cuento lo que quería contar, que todo este rollo era solo para poneros en sintonía con el tema.
 
Asi me imagino yo en el ciberespacio

Imaginemos que yo soy un pequeño empresario que ha decidido cerrar un pequeño trato con una de las mayores multinacionales petroleras del mundo. ¿Suena grandioso? Pues no lo es, ya que las nuevas tecnologías permiten tramitarlo todo desde casa y por lo tanto no ha habido viajes al extranjero ni reuniones en grandes salas, formalismos ni puros, sino tecleos varios, introducción de datos personales, códigos secretos, pins, puks y polls… Todo está arreglado y en marcha y lo único que necesito es un documento que justifique mis movimientos dentro de esa gran empresa a final de mes. Pero no llega. Y comienza el mes nuevo y no llega. Y pasan los días y no llega. Y lo necesito y no llega. Y miro en mi buzón virtual y en el físico y no ha llegado. Total que llamo por teléfono y me atiende un robot (estamos en el futuro del pasado, no lo olvidemos) pero no acabamos de entendernos (sigue siendo el pasado del futuro, al fin y al cabo) y le ruego que me ponga con un ser humano como yo. Y funciona. Hablo con una amable señorita que tras revisar mis datos, códigos secretos, pins, puks y coñs... Concluye que el documento está enviado pero se le ha podido extraviar al cartero. Si en ese momento me clavan un cuchillo de carnicero en la femoral no me sacan sangre. ¿Me estaba diciendo esa amable señorita que después de todos los trámites a través de la red de redes, los superordenadores que manejamos sin llegar siquiera a comprenderlos y la innecesaria presencia física de los seres humanos, el producto final de nuestros esfuerzos recae en la figura antediluviana del mensajero? ¿Ese mismo mensajero al que atracaban los asaltantes de caminos en el medievo y al que comían los lobos en sus travesías montañosas? ¿Los mismos mensajeros que se pegaban tiros con los indios en las diligencias y que saltaban de tejado en tejado vestidos de negro en las calles del antiguo Edo? ¿Entonces para qué tanto rollo de tecnologías y hostias en vinagre si al final volvemos a los orígenes? ¿Para qué pago yo mi internet si al final un tío de amarillo va a extraviar mi carta mandándola a una dirección parecida a la mía donde un señor no necesariamente parecido a mí la tirará a la basura? ¿Será que hemos renunciado a los coches voladores y los hologramas sexys por algo que ni siquiera sirve? Me siento decepcionado y engañado hoy más que nunca con este futuro que nos han vendido. Hoy me siento más mono que nunca. Cibernético, vale, pero mono al fin y al cabo.
Asi soy yo en el ciberespacio... y en la calle.
 

2 comentarios:

  1. Reconocelo, nos querías enseñar una foto de tu nuevo despertador y no sabías como colarnosla jejeje

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  2. Ojalá tuviese este despertador y no la mamarrachada de Casio triangular que no puede ni agarrarse ni se le encuentran los botones.

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