jueves, 21 de marzo de 2013

Papar, llevame al sircol (Paternidad 24)



Es lo que pasa. Si enseñas a un niño a hablar, acabará pidiéndote cosas. Pero claro, no es cuestión de negarle tal derecho y al final pasa lo que pasa. No sé dónde habría oído hablar del circo mi hija, supongo que en el colegio, donde los educan de forma indiscriminada, pero al final me pidió ir y como no está muy bien visto el darle la entrada a una niña de tres años y mandarla sola, había que acompañarla.

Debo decir que la única vez que fui al circo siendo un crio salí algo decepcionado. Recuerdo que salió ET (si, el extraterrestre) en una actuación de menos de un minuto. Recuerdo pedirle a mi madre ver a los tigres de cerca y asfixiarnos con su aroma de gran felino. Y recuerdo que los payasos no me hicieron ninguna gracia. Pero ahora mi deber de padre me obligaba a regresar al lugar.

El circo elegido era el de los Richards Bros, un circo pequeño y familiar que anunciaba un espectáculo diferente y especial, pero ya en las taquillas la cosa no pintaba bien. El precio era más elevado de lo que esperábamos y los carteles en las inmediaciones de la carpa no daban ganas de entrar precisamente. “Conozcan al perro de Tintín” “Vean a los payasos boxeadores” “Perros acróbatas”… Todo me sonaba a espectáculo rancio y cutre donde una familia de desarraigados nos mostraría sus dudosas  habilidades para luego desmontar la carpa y huir a otro pueblo a tratar de recoger algunos euros más para poder seguir con su carrera. Pero no, al final no.


La función comenzó con una especie de teatrillo mudo protagonizado por un niño al que se le unía una trapecista (¡Madremiacomoestabalatrapecista!) que haría el primer número que no estaba nada mal. Después le tocaría el turno a Popeye el Marino, un payaso, y cuando querías darte cuenta ya estabas atento, viendo a un mago cutre haciendo trucos cutres de esos que has visto mil veces por la tele pero claro, en directo no es lo mismo y te esfuerzas en ver el truco pero no. La niña comenzaba a disfrutar, a aplaudir, a reír, y eso se contagia. Salió el malabarista, dos gemelas acróbatas, más payasos, perros haciendo cosas que sabes que el tuyo nunca hará por mucho que te esfuerces y cuando quieres darte cuenta ha pasado una hora y media y ya están todos diciendo adiós y la cosa se acaba.
 
Salimos a la calle contentos. La niña había disfrutado y eso se contagia a los padres, claro, si no fuera así vaya mierda de padres. Miro atrás, a la carpa y pienso “Debería haberme dedicado al circo, quizás me he equivocado de camino”. Aunque conociéndome, seguro que habría querido hacer algún truco con fuego y me habría quemado vivo en plena función, traumatizando a toda una generación de niños que crecerían con el miedo en su cuerpo. 

Y ahora, alguas fotos-obsequio del circo en cuestión:


Dos payasos tontos y un tio serio de moderador: Un clásico que no pasa de moda.
Perros acróbatas: El sumum de la evolución humana.
Hacer aparecer tias de la nada: El mejor truco de magia posible.
Gemelas acróbatas: La sincronización llevada al extremo.

 No sé, me ha quedado una entrada muy ñoña. Jo, esto no le va a gustar a nadie.
 

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