viernes, 29 de marzo de 2013

La rusa del paso cebra



Hay una rusa de pie en la acera. Frente a ella, un paso cebra se extiende hasta la otra acera. Es una rusa típica: Rubia, alta, estilizada, atractiva; Viste bien y lleva una maletita en la mano. Es hora punta y hay muchos coches en esa calle.

Los pasos cebra no son lugar para hacer el tonto.


El primero se detiene para dejarla pasar, pero la rusa se niega; Al parecer esa no es su intención y el coche se va. Hay que dejar claro por qué los conductores siempre se detienen cuando una mujer guapa quiere cruzar: Para mirarle el culo y que ella, encima, les dé las gracias. Haced la prueba hombres del mundo; Podéis pasar todo el día en un paso cebra sin que os hagan puto caso pero cuando se plante una chica a vuestro lado, podréis pasar con total tranquilidad. Pero volvamos al tema. Un segundo coche se detiene y le indica que puede cruzar pero la rusa se niega una vez más; El coche se pone en marcha de nuevo. Esto es algo terriblemente irritante; Si alguien no quiere cruzar no debería estar de pie frente a un paso cebra; Cualquier otra persona se habría llevado una reprimenda en forma de claxon, pero ella es una rusa cuyo cuerpo ha sido esculpido por los dioses del hielo y la nieve y todo se le perdona. Pero no nos desviemos. Un tercer coche se detiene, ansioso por hacerle un favor; Dejarla pasar será lo más cerca que esté en su vida de tirársela, pero no, ella no acepta y el hombre se aleja con una media sonrisa tonta. Solo queda un coche y después voy yo y como desplazarse en camión te da otra perspectiva (más alta) y he podido ver todo el proceso pienso “Yo no le voy a decir ni mu. Yo paso y así no tengo que detenerme y luego arrancar de nuevo” pero sucede algo inesperado; El último vehículo delante de mí se detiene, la rusa niega que quiera pasar y el conductor parece enfadarse. Hace aspavientos con las manos, dice algo que no llego a entender y la rusa reacciona, abre la puerta del coche y se mete en su interior, desapareciendo en el horizonte con su silueta recortada en la puesta de Sol.

Me sorprendo un poquito pero en seguida pienso que se conocerían, que habrían quedado rato atrás justo en ese paso cebra. Sería algo normal y explicaría el comportamiento de la chica. Pero no. Puede que la realidad sea una muy otra. Puede que la rusa estuviera harta de que los hombres la juzgaran por su aspecto; Puede que le asquearan todos los prejuicios sobre mujeres atractivas y las facilidades que se encontraba en la vida frente a otras mujeres menos atractivas. Quizás la rusa del paso cebra quería saber qué se sentía al ser tratada como a cualquier ser humano. A lo mejor la rusa se marchó de su país en busca de un lugar donde alguien pudiera ver qué había en su interior sin preocuparse por su concupiscente envoltorio sicalíptico. Seguro que la rusa había cruzado toda la estepa rusa, Bielorrusia, Polonia, Alemania, Francia y quién sabe cuántos países más, deteniéndose en todos los pasos cebra a la espera de un hombre que en lugar de una tonta sonrisa fuera capaz de reprocharle su poco cívico comportamiento sin dejarse manipular por su aspecto. Puede que llegara a España y fuera ahí, en ese paso cebra donde encontró al hombre de su vida junto a quien comenzar una nueva vida; Una relación no basada en  las tonterías de “Mira mi mujer que tetas tiene” ni “Te vendo fotos suyas durmiendo en ropa interior”; Puede que la rusa del paso cebra haya encontrado, por fin, el amor verdadero. O a lo mejor no; Igual si se conocían de antes y todo ha sido una paranoia mía porque tengo mucho tiempo para pensar en gilipolleces y un blog donde escribirlas. Quién sabe.

Moraleja de todo esto (que siempre queda bien): Si eres soltero y buscas una mujer atractiva con la que convivir, no dejes pasar a ninguna rusa en un paso cebra. Total… ¿Qué es lo peor que te puede pasar? ¿Qué la atropelles y vayas a la cárcel? Yo creo que merece la pena.






Aquí vemos a la típica rusa que espera su turno para cruzar, pero vosotros ni caso, ni que esté lloviendo, que nunca se sabe por donde te puede salir.

jueves, 21 de marzo de 2013

Papar, llevame al sircol (Paternidad 24)



Es lo que pasa. Si enseñas a un niño a hablar, acabará pidiéndote cosas. Pero claro, no es cuestión de negarle tal derecho y al final pasa lo que pasa. No sé dónde habría oído hablar del circo mi hija, supongo que en el colegio, donde los educan de forma indiscriminada, pero al final me pidió ir y como no está muy bien visto el darle la entrada a una niña de tres años y mandarla sola, había que acompañarla.

Debo decir que la única vez que fui al circo siendo un crio salí algo decepcionado. Recuerdo que salió ET (si, el extraterrestre) en una actuación de menos de un minuto. Recuerdo pedirle a mi madre ver a los tigres de cerca y asfixiarnos con su aroma de gran felino. Y recuerdo que los payasos no me hicieron ninguna gracia. Pero ahora mi deber de padre me obligaba a regresar al lugar.

El circo elegido era el de los Richards Bros, un circo pequeño y familiar que anunciaba un espectáculo diferente y especial, pero ya en las taquillas la cosa no pintaba bien. El precio era más elevado de lo que esperábamos y los carteles en las inmediaciones de la carpa no daban ganas de entrar precisamente. “Conozcan al perro de Tintín” “Vean a los payasos boxeadores” “Perros acróbatas”… Todo me sonaba a espectáculo rancio y cutre donde una familia de desarraigados nos mostraría sus dudosas  habilidades para luego desmontar la carpa y huir a otro pueblo a tratar de recoger algunos euros más para poder seguir con su carrera. Pero no, al final no.


La función comenzó con una especie de teatrillo mudo protagonizado por un niño al que se le unía una trapecista (¡Madremiacomoestabalatrapecista!) que haría el primer número que no estaba nada mal. Después le tocaría el turno a Popeye el Marino, un payaso, y cuando querías darte cuenta ya estabas atento, viendo a un mago cutre haciendo trucos cutres de esos que has visto mil veces por la tele pero claro, en directo no es lo mismo y te esfuerzas en ver el truco pero no. La niña comenzaba a disfrutar, a aplaudir, a reír, y eso se contagia. Salió el malabarista, dos gemelas acróbatas, más payasos, perros haciendo cosas que sabes que el tuyo nunca hará por mucho que te esfuerces y cuando quieres darte cuenta ha pasado una hora y media y ya están todos diciendo adiós y la cosa se acaba.
 
Salimos a la calle contentos. La niña había disfrutado y eso se contagia a los padres, claro, si no fuera así vaya mierda de padres. Miro atrás, a la carpa y pienso “Debería haberme dedicado al circo, quizás me he equivocado de camino”. Aunque conociéndome, seguro que habría querido hacer algún truco con fuego y me habría quemado vivo en plena función, traumatizando a toda una generación de niños que crecerían con el miedo en su cuerpo. 

Y ahora, alguas fotos-obsequio del circo en cuestión:


Dos payasos tontos y un tio serio de moderador: Un clásico que no pasa de moda.
Perros acróbatas: El sumum de la evolución humana.
Hacer aparecer tias de la nada: El mejor truco de magia posible.
Gemelas acróbatas: La sincronización llevada al extremo.

 No sé, me ha quedado una entrada muy ñoña. Jo, esto no le va a gustar a nadie.
 

domingo, 17 de marzo de 2013

The horripilanting highway machine-ball



Un caluroso día de verano en algún punto de la A-35, provincia de Valencia. Un camión de 26 toneladas se detiene frente a un barucho de carretera y su conductor desciende de la cabina; Observa el lugar desde sus gafas oscuras; Varios camioneros que charlan bajo el sol cortan su conversación para mirar al recién llegado. Nadie se atreve a decirle nada. Llega hasta la entrada del local, abre la puerta y se detiene. Desde el interior ven su silueta recortada, melena al viento (entonces la llevaba), chaleco de publicidad de alguna empresa desconocida (clara muestra de que es un forastero) y una seriedad imperturbable en sus labios. El murmullo de la multitud se acalla, la camarera le mira de arriba abajo y se desabrocha un botón de la camisa; Pero él sabe cuál es su objetivo. Con paso firme se dirige a un lateral del local y se detiene frente a unas máquinas de bolas (esas que tiras un euro y sale un juguete al azar); Comprueba cada una de ellas: “Bob Esponja” no,  “Barbie Dreamlife” no, “Hellokitty” no, “Dragonball” ahí está. Saca una única moneda reluciente de su bolsillo y la besa; Con los ojos cerrados pide un único deseo “Que no me salga el mariquita de Son Gohan niño” e introduce la moneda. Gira la palanca. El sonido de la bola que se aproxima al exterior se hace eterno. La coge. La mira y cae de rodillas al encontrarse con un llavero de ”Dora la Exploradora”. Alza sus puños al cielo y maldice a Dios con tanta fuerza, que los allí presentes tendrán pesadillas durante dos semanas. Nunca jamás regresaría.





Entrada dedicada a: Los fabricantes/ montadores/ reponedores de máquinas de bolas. A ver si llevamos más cuidado a la hora de clasificar las que van en cada máquina, por favor, que eso es para niños y podéis destrozar sus ilusiones.