miércoles, 27 de febrero de 2013

Los cacafantasmas



Cuando apareció en los años 80 la magnífica película “Los cazafantasmas”, pocos podían adivinar que el salir en busca de seres paranormales se iba a convertir no solo en una realidad, sino en un negocio, y que en los entonces lejanos años 2010 (pongo esta fecha por eso de la odisea al espacio), la cosa iría de mal en peor.

Hoy día en España tenemos  un ejemplo de búsqueda de respuestas sobre lo paranormal bastante conocido: Iker Jiménez. Este señor que no puede ponerse sombreros, dedica su tiempo a tratar de dar respuesta a  todo aquello que escapa de la comprensión lógica, por muy absurdo que parezca, y es el encargado de dar voz a quien quiera expresarse. Recuerdo hace poco el testimonio de un fotógrafo, que cámara en mano y haciendo fotos en el campo se topó con un extraterrestre y… ¡No se le ocurrió fotografiarle! ¿Dónde más podría expresarse ese pobre e incomprendido señor? Por suerte, el señor Iker está rodeado de un equipo de personas dedicadas no solo a buscar tres pies al gato, sino a estudiar, comprobar, debatir y desenmascarar cualquier caso fraudulento; A destacar su esposa, que además de mostrar una posición menos propensa a la fantasía, añade un toque sexy al programa, poniendo morritos y enseñando escote.
Iker y su mujer, una relación paranormal.



Pero cuidado porque esto es España y como suele pasar, siempre vamos diez pasos por detrás de países mejores, como Alemania, Japón o Estados unidos, y es en éste último donde la caza de fantasmas en concreto ha alcanzado otro nivel. Allí, un señor llamado Zak Bagans produce y dirige un programa llamado Buscadores de Fantasmas (Ghost Adventures en el original) en el que junto a dos compañeros se mete en los lugares más encantados del país con la sana intención de perturbar, molestar y cabrear a los espíritus de los muertos. El formato del programa es sencillo: Primero van al sitio en cuestión y nos lo enseñan mientras nos explican las atrocidades y la cantidad de muertes violentas que allí tuvieron lugar. El tío te lo dice tantas veces que al final acabas pensando “Es que es imposible que allí no hayan fantasmas”. En la segunda parte vemos como llenan el lugar de cámaras, micrófonos y todo tipo de aparatos tecnológicos dignos de la teletienda. Después de eso dejan a Aaron (el gordo) solo en el lugar más lejano del sitio y se dedican a acojonarle haciendo ruidos y tirándole piedrecitas o algo; Cuando el chaval ya no puede más sale corriendo acojonado de la vida y acto seguido comienza un festival de carreras, ruidos que solo ellos oyen, voces que no se entienden y teatrillos varios representando posesiones, ataques espirituales  y otras cosas inexplicables. Pero claro, ellos tienen que demostrar que esas presencias son reales, que por algo llevan un equipo supersofisticado y están saliendo por la tele, así que se sacan de la manga cualquier aparatucho extraño para obtener esas pruebas; Los tíos tienen de todo: Cámaras nocturnas, diurnas, infrarrojas, ultravioletas, megaazules, sensores de movimiento, de cambios de temperatura, de toses pero lo más espectacular, lo más de lo más son unas gafas que convierten la energía emocional que desprenden los espíritus, en voz. Tal como lo explico es como es. El señor Zak se coloca las gafas, camina por ahí preguntando cosas y las gafas van contestándole. Y ante la inevitable pregunta de “¿Por qué unas gafas y no unos auriculares o un micrófono que sería lo más lógico?”, tengo una respuesta clara: Porque a Zak Bagans le quedan de puta madre. Y es que ese tipo no solo tiene los huevos de meterse en los sitios más chungamente embrujados sino que es un chulazo hormonado que no tiene reparos en llamar a grito pelado a los fantasmas desafiándoles a materializarse para darse de tortas con ellos. Al final pruebas, pruebas no consiguen ni una, pero hay que ver cómo entretiene el programilla.

Zak Bagans: Pectorales a prueba de espíritus.

Y tales ejemplos (solo dos entre cientos), deben servir para ilustrarnos y hacernos imaginar en qué será lo que nos depare el futuro en este maravilloso campo de la pseudociencia que todavía está, paradójicamente gracias a ellos mismos, sin descubrir.

jueves, 21 de febrero de 2013

Bolingárdicas grossomódicas (un relato de gula y excesos)



Un precioso día en los columpios. Mi niña ya posee cierta autonomía y ello me permite disfrutar sin demasiados agobios del magnífico momento. El Sol brilla, los pájaros cantan armoniosamente para así disimular su compulsiva manera de cagar y las risas de los niños ocultan en parte los llantos de aquellos que no se divierten tanto. Es el equilibrio natural de las cosas. Armonía cósmica.

Y como no hay ying sin yang, una chica llega y se sienta  en la otra punta de mi banco. La conozco; Es “la rubia”; Una muchacha que dio a luz poco después de mi (bueno, de mi mujer, maticemos) y que ya posee un segundo retoño, el cual sostiene en sus brazos. Se ha dado prisa, pienso, y ha cogido algunos kilitos, pienso también, aunque sigue estando de muy buen ver. Es normal supongo; Las gentes cambiamos y pasar por dos partos no te puede dejar igual que estabas. La diferencia está en que las mujeres sufren cambios más drásticos en esos procesos de alumbramiento mientras que los hombres nos volvemos fláccidos y deformes de forma progresiva, lo cual es igualmente triste pero más asimilable. Pero todo esto da igual. Dejémoslo en que la rubia está gordita pero bien.

Lo importante de esta historia es que el día es precioso. ¿Lo había dicho ya? La niña juega con autonomía. ¿También lo había dicho? Y el niño nuevo de la rubia llora porque tiene hambre. No, esto no lo sabíais. Total, que la rubia se decide a sacar un pecho para alimentar a su hijo con total naturalidad, cosa que es respetable hasta el máximo extremo imaginable y yo, una persona decorosa por naturaleza, decido no mirar para no violentar a la madre. Pero por otro lado, el evitar mirar quizás pudiera delatar cierto pudor y ello quizás molestara a la chica al notar como evito visualizar su acción. Es por ello que ante tal dilema decido mirar, sin lascivia alguna, solo ternura, al pequeño bebé que se alimenta de la forma más natural del mundo. Y miro. Y veo. Una enorme esfera blanca aparece en el horizonte eclipsando el Sol, las nubes y el día entero. Y como si de un meteorito alimenticio se tratara, se hunde cual zeppelín en la cara del niño, que la sorbe con avidez. La leche se desborda por las comisuras de sus labios y de sus orejitas manan dos chorros que caen en cascada formando dos charcos a sus lados. Tal desproporción de tamaños me desconcierta. Quiero apartar la vista pero no puedo. ¿Quién iba a imaginar que la rubia guardara algo así en el interior de ese holgado vestido premamá? ¿Cómo haber pensado que esos kilos que había ganado estaban concentrados en un único punto de su anatomía? Comienzo a sentir vértigo y a duras penas puedo levantarme. Le digo a la niña que ha terminado el juego y nos alejamos del lugar entre tambaleos y tropiezos. ¿Qué te pasa papá? Me pregunta. Que no me encuentro bien. Nos vamos.

Al llegar a casa ya estoy mejor. Corro a la cocina y abro la nevera. Mi mujer se enfada porque no son horas de tomar nada, que la comida ya casi está. Pero me apetece tanto un vaso de leche…

domingo, 10 de febrero de 2013

Ser o no ser (Monos mutantes)



Día de compras; Diversión. Nervios y prisas; una hora de coche. Llegamos con hambre y buscamos donde comer: Asia, Hollywood, Estambul… Viajar es más barato de lo que dicen por ahí, así que hacemos una parada en México; Esto es precioso. El lugar representa un pueblo típico mexicano pero sin narcos ni violencia y además puedes comer todo lo que te quepa. Salimos hinchados pero contentos. Compramos, compramos y compramos, pero no demasiado ya que en realidad solo miramos, miramos y miramos.
El Ikea nos espera, hay que amueblar una habitación. Entramos en un laberinto de una sola dirección y al poco me siento como un ratón enjaulado. Hay de todo. Hay tanto que ya no sé ni qué veo. Las gentes discuten, gritan, saltan y se golpean el pecho con ambos puños. Les entiendo a casi todos, esto es desesperante. Los pies duelen, la espalda duele y la cabeza duele, pero al terminar el recorrido nos obligan a un segundo en otra planta.
 En un muro hay imágenes de otro país y junto a ellas unas breves líneas me dicen que es un lugar maravilloso. Me hablan de la mejor comida, las mejores gentes, los mejores paisajes y dicen algo sobre un hombre que tuvo un sueño y que ahora yo formo parte de él. No conozco de nada a ese señor pero me siento orgulloso de él, de su trabajo y de su tierra. Hoy me siento más sueco que nunca, aunque eso tampoco es decir demasiado.
Por fin salimos con una caja de cartón llena de madera en el carro y algunos peluches. Estamos agotados y hambrientos y ELLOS lo saben; Por eso han preparado un mini restaurante a la salida. Nos topamos con él inevitablemente y nos planteamos si quedarnos o buscar un lugar mejor. Demasiado cansados para buscar. Pedimos comida sueca: Un Frankfurt pellejudo, croquetas de carne y para beber, refresco de arándanos rojos. No me creo que los suecos coman eso. Ya se habrían extinguido hace mucho. Llegamos a la mesa y vemos que las sillas no existen. Comemos de pie y aunque saciamos el hambre, el cansancio se acrecienta. Hay gente mayor que no ha resistido y yace en el suelo con la cara cubierta de albóndigas. 
Me da miedo hacerme mayor y no ser capaz de resistir el ritmo de vida. Nuestros abuelos no podrían soportar lo que nosotros llamamos “vida normal”. El estrés se ha convertido en algo tan familiar que se ha desvirtuado y ahora solo podemos quejarnos cuando estamos “superestresados”. Trabajar 10 horas al dia, 6 dias a la semana, no es tan malo con la que está cayendo. Echo un último vistazo a los bosques suecos en la pared y suspiro.
Llegamos a casa, acostamos a la niña, descansamos por fin. Abro la caja y miro los tablones de madera. Un mueble nonato que me mira a su vez. Percibo el odio. Él era un bosque hace poco y ahora se va a convertir en algo para guardar mis trastos. El mueble me odia. Los bosques me odian porque saben quién soy: Uno de esos monos mutados que devoran la tierra bajo sus pies. Siempre he tenido cierta empatía con los vegetales y por eso les comprendo.