sábado, 28 de julio de 2012

Sabado sabadete, tocame el...

Sábado por la mañana, el momento más esperado de la semana. Hay que arreglar la casa, la niña se despierta demasiado pronto y me quedo solo con ella. La cocina está sucia; Hay hormigas en la cocina; Prepara el mejunje hormiguil. Papá tengo sed; Toma agua. El mejunje. El perro quiere salir; Cocina; El perro quiere entrar. Papá más agua. Toma. Los Cd's están desordenados. Cocina. Papá más agua. Toma más. Perro entre las piernas; Perro aparta. Papá, se ha caído; Que? Nada. Más agua. No. Hay que preparar la comida. No hay de nada; Pongo el lavavajillas; Saco la basura al patio; La cocina está igual; El perro entre las piernas; Una muñeca canta y otra llora; Papá mira. Sal de la cocina que puedo pisarte sin querer; ¿Porqué? Tu sal y juega. Mira, papá. La cocina se transforma lentamente en una bestia gigantesca que ruge y supura ácido por todos los poros de su piel escamosa, fría y maloliente. Con una tapa de cacerola y el cuchillo del jamón lucho contra ella evitando sus fauces llenas de colmillos como dagas y sus garras infectas. No sé si resistiré; Hasta la una no llega mi mujer del mercado con el blaster de fusión que acabará, seguro, con ella. Papá no puedo, ayudame. ¿Que te pasa ahora? Se ha enganchado el carrito. ¿No ves que estoy ocupado, que están a punto de matarme? Perro aparta.

miércoles, 25 de julio de 2012


Esta semana voy a hacer un pequeño paréntesis a mis cosas de siempre (tonterías), para hablar de un tema que me resulta cuanto menos extraño: La gente que navega por Internet.
Todos somos raros, eso es cierto, y por ello en nuestra vida cotidiana tratamos de ocultarlo para pasar desapercibidos. Pero Internet, con el anonimato que nos proporciona hace que ese lado oscuro y algunas veces jorobado aparezca.
Pero vamos a lo que vamos: Quien tenga un blog sabrá que entre las múltiples opciones de configuración y demás, se pueden ver las fuentes de tráfico del mismo; Eso indica la cantidad de gente que ha entrado, desde que parte del mundo, con qué navegador, desde qué página ha sido enlazado y, lo más curioso: Qué han escrito en el buscador para llegar al blog.. Y eso es lo más extraño. Por eso llevo unas semanas recopilando esas frases de entrada para dividir a mis visitantes en cuatro grupos.
Grupo 1: Los habituales. Estos son las personas normales (cuidado que estoy llamando normales a los lectores de este blog) que sabían lo que buscaban y han entrado aquí con frases como “Blog + Capdemut”, “Testículo blog” o “Soy una mierda”…
Grupo 2: Los perdidos. Estas gentes seguro que no se pararon a leer el blog ya que obviamente, no era esto lo que buscaban poniendo esto en el Google: “Tetas y culos”; “Nenas y culos”; “Historias de sexo de hombres mayores con chicas jóvenes”; “Hombres desnudos en la playa”; “Testículos maduros”.
Grupo 3: Gentes extrañas: Estos no tengo muy claro qué buscaban, aunque dudo que hayan encontrado respuesta alguna vez  a cosas como estas: “¿Arañarse el testículo es perjudicial?”; “El cuarto orificio”; “Profesor testículos chica”; “La miel me provoca sensación de temperatura”; “De repente sentí raro un testículo”
Y grupo 4: Los desconcertantes. Y es que en Internet, como en la vida, tiene que haber de todo. Y para muestra, un botón: “Dados en el pene”; “Aros de pene que comen caja roja” Y mi favorita: “ Estoy en el mar y no me mojo”.
La semana que viene más y posiblemente mejor, aunque no prometo nada.

miércoles, 18 de julio de 2012

Ser o no ser (ninja)


ADVERTENCIA: Esta entrada NO contiene ningún tipo de escena sexual o similar. Si eres una persona especialmente insensible a estos contenidos, puedes dejar de leer.

 
Cuando tenía 12 años me obsesioné. Los críos a esas edades tienden a idealizar algunas cosas o personas y se crean falsos ídolos y expectativas. Pero lo mío no era tan descabellado: Yo quería ser un ninja.
En esa época la cosa estaba de moda y los recién aparecidos videoclubs estaban repletos de cintas de ninjas con los nombres más rebuscados posibles tales como “El ninja invencible” o “Ninja inmortal” y que después acababan siendo un coñazo de chinos hablando en una oficina todo el rato.
Pero lo que quería para introducir esta historia (cuidado, no estamos ni en la introducción), era contar hasta qué punto los ninjas estaban de moda, y es que hojeando un catálogo de mi abuela de esos de venta por correo de cremas milagrosas para las arrugas y plantillas que te permiten caminar con soltura aunque peses 150Kg, vi un libro para convertirse en un ninja de verdad; Se llamaba “Los secretos del ninjitsu” y te regalaban una estrella shuriken con la que poder matar por la espalda a quien tu quisieras. Me emocioné, lo reconozco. Yo de mayor ya no quería ser bombero ni astronauta. Yo quería ser ninja y allí estaba la solución, casi autodidacta ante mis ojos.
Convencí a mis padres de que me lo pidieran, que eso iba a ser lo mejor para mí y me pasé dos meses haciendo yoga, buscando mi chi interior y corriendo entre los olivos de mi “garriga” dando dolorosas volteretas y lanzando mi shuriken (que era una estrellita cutre sin afilar ni nada) esperando a convertirme en el ninja de las pelis. Pero no, al final me cansé, perdí la estrella, el libro y las ganas.

 
Y ahora viene la historia de verdad, la que quería contar esta semana:
20 años después de toda esta movida de los ninjas (este invierno pasado para ser más exactos), viajaba yo con mi camioncito por carreteras manchegas, con más hambre que el perro de Carpanta y sin encontrar lugar donde parar y llenarme la barriga. Finalmente me incorporé a la autovía y allí si, no tardé en ver un sitio en el que detenerme. “Bar Sevilla” ponía. Así que paro, bajo del camión y me meto en el local. Casi no me percaté de que fuera había un corrillo de personas discutiendo ya que el hambre manda sobre otras necesidades como el sueño o la curiosidad; Tampoco sospeché nada raro al ver que en el interior no había un alma pero todas las mesas estaban puestas con sus correspondientes platos y cafetitos. El hambre, si, y yo tampoco soy demasiado avispado, la verdad. En cuanto vi a la primera camarera traté de llamarle la atención pero no me hizo ni caso, como es habitual entre los profesionales de ese oficio, pero la perdoné por su generoso escote; Al cabo de un rato apareció otra chica que pasó a pocos centímetros de mi sin percatarse de mi presencia; Eso tocó mi ego; “Si no me atienden en 40 minutos me largo, pues que se han creído estos”.
Y así pasé unos minutos, completamente invisible en un bar que parecía que acabara de sufrir un ataque alienígena de esos que solo destruyen a los seres vivos. Pero el hambre me retorcía el estomago con tanta fuerza que ni siquiera esa descabellada idea lograba preocuparme. Hasta que de pronto aparecieron un montón de vehículos de la guardia civil por todos lados, rodeando el local como si dentro hubiera un psicópata enloquecido. Miré a mi alrededor algo mosqueado ya y apareció de la nada un tipo lleno de sangre, con la cabeza abierta como una sandía que salió corriendo hacia fuera. “¿Y yo que hago ahora?” Pensé algo más preocupado que antes. Estaba encerrado en un bar rodeado por la policía y al ser el único ser vivo en su interior me asaltaba una extraña sensación de presunción de culpa.Y entonces pasó.
Me agaché, avancé a hurtadillas hasta la pared más próxima a la puerta y pegué la espalda al muro. Entonces, caminando de lado, avancé en silencio hasta la puerta, la abrí y pasé entre la policía, el tío ensangrentado y otras gentes que corrían y eran arrestadas, como si nada, como una sombra… Como un ninja.
Llegué al camión, arranqué y me di cuenta de que mi entrenamiento si había servido de algo. Todo lo que ponía en ese libro era cierto y sin darme cuenta me había entrenado correctamente, llegando a dominar técnicas de sigilo milenarias.
Llegué a mi casa emocionado, lo reconozco, pensando en la nueva vida que iba a comenzar como ninja, en todos los éxitos que iba a cosechar, pero antes debía confirmar mis habilidades. Traté de llegar a la cocina, abrir el armario y coger un trozo de chocolate sin que la niña se percatara de nada; Pero cuando toqué la tableta con un dedo y oí a mis espaldas una vocecita que decía “¿Qué es eso?”, descubrí algo: El ninjitsu es hereditario.

miércoles, 11 de julio de 2012

El camarero de restaurante chino


Después de unas semanas de excesos, voy a bajar el tono del blog rescatando una vieja sección: “Grandes profesiones”. Hablando esta vez de un gran menospreciado: El camarero de restaurante chino. Vamos allá.

Llegar a ser camarero de un restaurante chino no es tan fácil como parece; De hecho, es mucho más sencillo convertirse en un alto mando de la NASA. ¿Qué no os lo creéis? Pues vamos a analizar los requisitos necesarios para lograrlo y después me discutís.

1: Ser chino. Fundamental y muy difícil de conseguir si uno no lo es desde pequeño.
2: Hablar español bastante bien. El camarero es el único nexo de unión entre el cliente y  su comida. Cualquier intento de pedir explicaciones al cocinero fracasará de inmediato si no lidia el camarero. En cualquier caso, si uno se encuentra con un pedazo de carne de procedencia dudosa, es recomendable apartarla a un lado y olvidarla para siempre, por si acaso.
3: Tener temple y paciencia. Para poder resistir los estúpidos comentarios típicos de algunos clientes graciosos del estilo de “Ponme más bambú, que hoy me siento oso panda” o “No me mires con esos ojos que parece que sospeches de mi”. Y así una infinidad de estupideces capaces de destrozar los nervios a cualquiera en cuestión de semanas.
4. Ser un experto en artes marciales (aunque no lo parezca y nadie lo sospeche). Los chinos son de dar patadas y conocer técnicas milenarias heredadas de sus abuelos no todos, pero si los camareros. ¿Porqué?  Muy sencillo: Por si las cosas se ponen feas en el restaurante. Ejemplo:
Yu Mi Tsan, humilde camarero, trabaja en “El Dragón  de la Muralla”, humilde restaurante de las afueras. Una bonita noche descubre a unos hombres fumando en una mesa en la que está prohibido y se acerca a ellos con una sonrisa.
-Aquí no podel fumal, yo sentil.
Los hombres le miran de arriba abajo y se ríen. Son cinco tipos fornidos, con mal aspecto.
-¿Y que vas a hacer, chinito, llamar a la policia?
-No policia. Ustedes malchal. Aquí no podel fumal. Yo sentil.
-¿Y nos vas a echal tu, amarillito?- Bromea uno de los hombres, que se levanta y le tira el humo a la cara. Mide un palmo más que el camarero.
Lo siguiente que el cliente rebelde ve es la palma de la mano del chino estrellándose contra su cara. Pierde el equilibrio y cae sobre la mesa, tirándolo todo al suelo y manchando a sus cuatro compañeros.
Los tipejos se cabrean, se levantan y se lanzan contra el chino, que les espera en posición de ataque, dando pequeños saltitos sobre las puntas de sus pies.
El primer maleante recibe una patada giratoria en una oreja y se aleja gritando de dolor. Una rápida sucesión de movimiento de puños dan con dos más en el suelo en un santiamén. Los dos restantes, algo asustados por la habilidad del camarero, cogen los cuchillos de la mesa y le amenazan con ellos. El chino sonríe al verles (sabe que los cuchillos de los restaurantes chinos no cortan una mierda), agarra ambos cuchillos con las manos y apoyado en ellos da un salto con doble patada y estrella sus pies en las narices de los clientes, que caen derrotados al suelo.
En menos de un minuto nadie fuma en el restaurante, pero la amenaza no ha terminado. Por la puerta aparece el jefe de la banda, un tipo bajito, casi enano, con un bigote de esos finos, traje blanco con sombrero y acompañado por un gigantón con cara de no haberle querido nunca su abuela.
-Muy bien chinito…-Dice el jefe.- Vamos a ver si tumbas a este con la misma facilidad.
El chino coge carrerilla y lanza una patada voladora directa al pecho del gigante; Un golpe que habría dejado sin respiración a cualquiera apenas mueve un centímetro al hombretón y el chino rebota cayendo de espaldas al suelo. Se levanta con una rápida flexión de espalda y lanza media docena de puñetazos en un segundo dirigidos a todos los puntos vitales de su rival pero ni así. El grandote agarra al chino por la pechera y lo lanza a más de cinco metros de distancia, arrollando sillas, mesas y clientes, que ya comienzan a huir asustados del lugar.
El chino se levanta muy serio. Su rival no es un hombre normal, pero él tampoco. Cierra los ojos y se abstrae, recordando las lecciones de su abuelo. “Vacía la mente, concentra toda tu energía en las puntas de tus dedos y golpea con ella en lugar de tus manos. Solo así atravesarás cualquier armadura. Esta es la senda del Dim Mak, las manos sin sombra.” (eso lo decía en chino pero he creído conveniente traducirlo para que lo entendáis todos). El gigante avanza hacia él, imparable, como un rinoceronte conduciendo un tanque. El chino le mira, adopta una posición compleja y cuando ya lo tiene encima, le golpea sin tocarle; Sus dedos se quedan a dos centímetros de la piel del gigante y éste se detiene de golpe. Se ríe. Ni siquiera le ha tocado. Pero cuando trata de aplastarle con una de sus manazas siente un dolor raro en su interior y algo se le rompe por dentro. El enorme hombre se desploma en el suelo sangrando por la boca y la nariz y su asustado jefe no sabe ni donde meterse.
-Me has vencido esta ves, camarero. Pero volveré. Volveré y nos veremos las caras de nuevo.
-Vuelve cuando quielas. Aquí estalé.
Y esta última frase nos lleva al punto 5 de este tema.
5: Disponibilidad 24 horas. El camarero no tiene vidas privada. Trabaja, come y duerme en el restaurante.
Y 6: Un nivel cultural decente. Y es que vivir en otro país no significa saber menos que los nativos y en algunas ocasiones el camarero deberá aleccionar a algunos clientes incultos, como es el caso de esta señora.
-¡Oiga camarero! Esta salsa al limón sabe a semen. 
-Se dise espelma, señolita. ES-PEL-MA.

Y espero que con esto, seamos capaces de mirar a tan humilde trabajador con otros ojos, y tratarle con el respeto que merece. Adios y gracias.



 -¿Han pedido ustedes plato especial de la casa?
-Mmmmm, noo, nosotros nooo
-Oh si, mesa tles, mesa tles, ustedes comel.
-Esque... hemos cambiado de idea... Mejor arroz tres delicias.
-Ustedes comel o manos sin sombla. Elegil...
-Glubs.




miércoles, 4 de julio de 2012

La crisis de los 14


El otro día llegué a mi casa después de un moderado día de trabajo y mi esposa me anunció con alegría que era nuestro aniversario de pareja. “¿Cuántos años llevamos?” Le pregunté yo con inocencia. “14”. Me dejó caer ella como un martillazo en la sien. Y se quedó tan normal. Yo estaba un poco aturdido, así que cogí la bicicleta y salí a tomar el aire.
Y por el camino estuve pensando. Si, no puedo evitarlo, yo soy así de pensativo. Pensé en que si 14 años son toda una vida, en todo aquello que hemos vivido juntos, en aquello que me he convertido y en qué pensaría mi yo de hace 14 años si me viese. Pensé en todas las cosas que he conseguido y en todas aquellas que anhelé y se quedaron por el camino, abandonadas.
Sumido en la melancolía pedaleaba y me metí en un polígono industrial donde me topé con un coche aparcado donde una parejita joven hacía el amor. Él era un chaval y ella poco más que una niña y allí estaban, a plena luz, sin apenas cobertura, completamente desnudos haciéndolo a un ritmo acelerado. Si preocupaciones, sin problemas, sin compromisos, disfrutando del instante y nada más.
Pasé de largo, algo avergonzado, pero la escena me hizo recordar cuando yo era así. 14 años atrás todo se veía de otro color, todo se vivía de otra forma, con la eternidad por delante, sin nada que planificar, sin vínculos genéticos de por medio, ni hipotecas ni raíces. Y de repente me sentí extrañamente solidarizado con esa pareja. Alguien debía decírselo. Alguien debía ponerles en otra perspectiva para que realmente pudiesen apreciar ese momento durante toda su vida. Alguien debía abrir sus ojos ante la realidad, actual y futura para facilitarles el paso a los 14 años sin traumas, con libertad. Y ese alguien era yo.
Así que di la vuelta, bajé de la bici, me acerqué al coche a pie y abrí la puerta dispuesto a abrazarles en señal de afecto y explicarles los secretos de la vida. Pero al verme, ella se puso a gritar mientras se tapaba con las manos y él me apuntó con su pene brillante y resbaladizo, sin otra arma con la que enfrentarse a ese hombre melenudo que acababa de entrar. Dios sabe que intenté hablar con ellos, pero una vez dentro del coche ellos no dejaban de moverse en un amasijo de carne sudada, rodillas codos, uñas y gritos ahogados. Finalmente lograron coordinar sus movimientos y me empujaron fuera del coche impulsándome con sus piernas, segundos antes de salir pitando con su coche.
Y allí me quedé, en el suelo, aturdido viendo como se alejaban, pero me quedó la certeza de que algún día, dentro de 14 años, me llegarían a comprender y recordarían este momento con cariño.